ZARAGOZA.- Zaragoza, con más de dos mil años a sus espaldas, es como un buen dulce. El viajero impaciente descubrirá una fina capa de chocolate. Pero para llegar hasta la fruta confitada es imprescindible callejear con ganas. Sólo necesitas 48 horas y 17 paradas para hincarle el diente a una de las ciudades más acogedoras de España.
Roald Dahl escribió una novela ambientada en una fábrica de chocolate. En Zaragoza, aunque cueste creerlo, puedes alojarte en una. Se trata del NH Orús (C/ Escoriaza y Fabro, 45), una antigua factoría reconvertida en hotel. Resulta tentador imaginar a Juliette Binoche amasando onzas de chocolate, pero todo lo que encontrarás son cómodas instalaciones.
Esculpida al más puro estilo art nouveau, con muros de ladrillo salpicados de detalles en azul y amarillo, el edificio entero parece decir "cómeme". Aunque los precios son absolutamente razonables, la ciudad cuenta con opciones más económicas. Como La Posada del Comendador (C/ Predicadores, 70), un edificio medieval que fue cuartel general de Inquisidores y en el que podrás alojarte por poco más de 16 euros.
Irse de tapas por la zona vieja es casi una religión...
En Zaragoza no tenemos Starbucks, ni verás a nadie tomando un frapuccino en vaso de cartón. Afortunadamente, todavía conservamos cafés con los que no pueden competir las grandes cadenas. El Café Levante (C/ Almagro, 4) es un buen ejemplo, con sus vidrieras modernistas y su reloj eternamente parado. La horchata te transportará a los felices veinte y con la leche merengada aterrizarás en los años cincuenta. Definitivamente, todo sabe diferente en este café fundado en el siglo XIX, refugio de literatos y de la asociación aragonesa de papiroflexia.
Un nuevo espejismo nos espera en el Gran Café de Zaragoza (C/ Alfonso I, 25). Por un momento, no sabemos si estamos en la capital aragonesa o en la Austria de Sissi Emperatriz. El local, una antigua joyería, fue decorado al más puro estilo vienés. Hoy resulta un placer alternar en sus veladores mientras echas un vistazo al Heraldo de Aragón, la primera cabecera de la prensa regional, al pie del cañón desde 1895.
Pero Zaragoza es mucho más, y además de sus cafés de toda la vida el tapeo es casi una religión. La estrecha calle 4 de agosto abre la puerta al mágico Tubo. Un laberinto de bares y tabernas con clásicos renovados como las Bodegas Almau (C/ Estébanes, 10). En este negocio familiar todo gira alrededor del vino. Los abuelos de partida y carajillo se mezclan en su terraza con los 'indies' de la ciudad, en una carismática taberna que ha saltado hasta las páginas de The New York Times.
En cualquier rincón del abarrotado Tubo se sirven tapas a discreción. Algunas, tan típicas como el jamón con chorreras y las patatas bravas. Pero ningunas tan picantes como en El Plata. Además de divertir al personal con sus 'estriptís', el café cantante se ha convertido en el punto más concurrido de Zaragoza a cualquier hora de la tarde y cómo no, de la noche.
La ruta del tapeo nos lleva desde el Tubo hasta la plaza de Santa Marta, un coqueto rincón en la que destaca el señorío torero de los camareros del Marpy(Plaza Santa Marta, 8). Desde allí queda a un paso la catedral de La Seo. Su pórtico neoclásico da paso a una increíble fachada mudéjar, tejida con ricos encajes geométricos. La ambientación continúa en Al Kareni(C/ Don Teobaldo, 14) un restaurante con propuestas tan sugerentes como las berenjenas "al berenjimiel" o el sorbete de pétalos de rosa.
Otra cocina muy distinta, en la onda de Ferrán Adriá, nos conduce hasta la entrada de Bal d’Onsera (Blasón Aragonés, 6). El único restaurante zaragozano que presume de estrella Michelín y en el que degustarás la codiciada borraja aragonesa.
En la calle don Jaime I, los más 'lamineros' encuentran consuelo en Fantoba (C/ Don Jaime I, 21), una pastelería más dulce que el almíbar. Pero si lo que quieres es llevarte a casa otros productos, entonces debes acercarte hasta Montal.
Situada en la plaza de San Felipe, al lado del Museo Pablo Gargallo, Montal (Torre Nueva, 29) es como la reina de las antiguas tiendas de ultramarinos. Además de productos de toda España, el comercio esconde una bodega con más de 800 referencias y un precioso restaurante, habilitado en el antiguo claustro renacentista.
Y de banda sonora, Tachenko...
En La Lata de Bombillas (C/ María Moliner, 7) disfrutarás del pop más melódico y hasta es posible que coincidas con los integrantes de Tachenko, uno de los grupos punteros del panorama independiente. El nombre del local es todo un homenaje a la pintoresca lámpara que cuelga del techo, coronada con cientos de bombillas. Otro clásico es el Jane Birkin, en el que no faltan referencias visuales al icono francés, hoy más de moda que nunca.
La puesta en escena siempre es importante. Sobre todo, si tienes el privilegio de admirar un auténtico teatro romano mientras compartes una Caesaraugusta, la nueva cerveza de La Zaragozana. Su botella en forma de ánfora y su aroma especiado te transportará a los lejanos tiempos del Imperio.
En el Odeón (Plaza San Bruno,1) construido en un palacio del siglo XVII, también encontrarás vestigios romanos de la época de Tiberio. Desde su terraza se recorta el Arco del Deán, perfecto para desaparecer rumbo a la misteriosa Edad Media.
La noche continúa en Casa Lac (C/ Mártires, 12), el restaurante con la licencia profesional más antigua de España. Aunque ha perdido algo del lujo decadente tras la última reforma, su comedor isabelino sigue destilando romanticismo. Muy cerca, las riberas del Ebro ponen el punto final a un fin de semana difícil de olvidar.
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