El United States Holocaust Memorial Museum de Washington acoge en sus salas State of deception, una exposición en la que se muestra como el nacionalsocialismo utilizó la propaganda para conseguir sus fines, fueran esos el ascenso al poder, la ocupación de Polonia o el exterminio de millones de judíos.
Según la Real Academia de la Lengua, Propaganda, (del latín propaganda, que ha de ser propagada) tiene cuatro acepciones, a saber: 1. f. Acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores; 2. f. Textos, trabajos y medios empleados para este fin; 3. f. Congregación de cardenales nominada De propaganda fide, para difundir la religión católica; 4. f. Asociación cuyo fin es propagar doctrinas, opiniones, etc.
Sin embargo, ninguna de ellas resulta acertada para definir el contenido que, hasta diciembre de 2011, se mostrará en el United States Holocaust Memorial Museum de Washington. A la vista de los materiales que se exponen en State of deception: Power of Nazi Propaganda, la definición de la RAE resulta ridícula, ingenua y confiada, pues la labor realizada por los ideólogos del partido nazi desde su fundación y a lo largo de su corta pero salvaje historia supera todo lo imaginable en el campo de la comunicación y la propaganda.
Haciendo uso de los nuevos medios de masas como la radio, el cine, la fotografía, los nuevos lenguajes gráficos, estudios sobre la percepción y grandes dosis de teatralidad, los nazis consiguieron que toda la sociedad alemana, sumida en un profundo sentimiento de derrota y humillación generado por la firma del Tratado de Versalles que ponía fin a la Gran Guerra, estuviera expuesta, quisiera o no, a sus mensajes.
Tras el ascenso de los nazis al poder, logro en el que tuvo mucho que ver la propaganda, pocos eran los alemanes ajenos a los mensajes del Partido. Desde las escuelas a las universidades, desde el centro de trabajo hasta el barrio en el que se habitaba, allá donde uno posara su mirada podía encontrar mensajes nacionalsocialistas en forma de cuentos infantiles antisemitas, soldaditos de plomo ataviados con el uniforme de las SA, purgas de ciudadanos no adictos, quema de libros, carteles, pintadas, o demostraciones de fuerza en forma de desfiles o directamente de ajustes de cuentas propias de matones. Una tarea premeditada y muy laboriosa que consiguió que ese Estado marcado por la decepción se convirtiera en un Estado regido por la violencia.
A pesar de que son muchos los libros y exposiciones que se han realizado sobre el tema, la muestra (y el catálogo) que les presentamos hoy aporta nueva luz a este fenómeno gracias, en buena parte, a las donaciones de particulares, muchos de ellos supervivientes del Holocausto, y cuyos materiales muestran una propaganda de baja intensidad, más cotidiana, menos ambiciosa que aquella que llenaba los grandes estadios y se documentaba en cintas como El triunfo de la Voluntad, pero igual de eficaz.
Por si esto no fuera suficiente, otros de los alicientes de State of deception es su llamada de atención hacia cómo la propaganda no es exclusiva del pasado o de los regímenes totalitarios, sino que también actúa en las sociedades democráticas actuales. Como señala uno de los textos que sirven de introducción a la exposición:
La propaganda existe en toda sociedad (...) Los ciudadanos tienen la responsabilidad como consumidores de dicha información de evaluar de manera reflexiva los mensajes que encuentran a su paso, especialmente cuando esos mensajes incitan a actuar.
Pongan la cita en relación con hechos de la historia mundial reciente y comprobarán cómo de necesario son exposiciones como ésta y la creación de una masa social crítica que sepa diferenciar qué es lo que le están queriendo comunicar y, lo más importante, quien y con qué fines.
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