Curiosidades del verano tokiota

TOKIO.-  En su momento ya apareció por aquí un artículo sobre cómo los japoneses gozan la llegada de la primavera organizando botellones con la excusa de mirar los cerezos en flor. Hoy esto va de la siguiente estación, la que nos ocupa: el verano. Y aunque las palabras clave suenen a lugares comunes —calor, mosquitos, noche y fiestas—, como siempre en la capital nipona, curioso es el adjetivo que les precede.

HH Studio (Flickr)

Buscando las mejores ofertas en las rebajas de Tokio.

Estos días de verano en Tokio hace un calor húmedo absolutamente insoportable. Casi todo el mundo lleva por la calle unas pequeñas toallas con las que secarse el sudor, y muchas mujeres cargan todo tipo de ingenios para evitar el efecto de los rayos UV sobre su piel. Apenas corre algo de aire. Y casi mejor, porque cuando lo hace, se trata sólo de desagradables bocanadas de calor salido del averno. Afortunadamente, los aparatos de aire acondicionado funcionan a todo trapo en trenes, comercios y oficinas -excepto algunas que pretenden ahorrar a costa de la deshidratación de sus empleados-. Ciudadanos y turistas buscan refugio al cobijo de esos benditos cacharros.

Por toda la ciudad —o al menos allí donde hay algunos árboles— resuena el bonito y característico canto de los semis, una especie japonesa de cigarras.

Pero al caer la noche todo cambia. Las temperaturas descienden considerablemente, los semis se calman y, excepto días puntuales en los que cuesta conciliar el sueño, se pasa bastante bien. Salir a dar un paseo por las calles solitarias de la ciudad es algo maravilloso y, junto a otro montón de elementos y características del verano japonés, hacen de esta estación algo mágico.

Muchas zonas de la ciudad son adornadas con farolillos rojos que crean un ambiente verdaderamente pintoresco y parecen disponerlo todo para lo que habrá de acontecer en los meses de estío.

Probablemente lo más llamativo y típico del verano son los distintos festivales o matsuris que se celebran a lo largo y ancho de Japón, en cada ciudad, en cada barrio, pero que bien merecen un artículo independiente y no es cuestión de extenderse ahora.

Javier Bravo

Cerdito para el incienso antimosquitos.

Uno de los grandes momentos del verano es la época de Obon, a mediados de julio o agosto —dependiendo de la zona del país—, y que coincide con uno de los períodos de vacaciones más importantes en todos los trabajos. Obon es una festividad de origen budista en la que se supone que los espíritus de ultratumba regresan a nuestra realidad a pasar el rato con nosotros. Espíritus buenos y otros no tanto, con lo que en la semana que duran estas fiestas la gente no se baña en los ríos o en el mar por miedo a que algún espectro se los lleve al fondo y los ahogue... En televisión, hace unos años quizá más que ahora, se suceden los programas de fantasmas y ocultismo —a los que la gente da bastante crédito— y casi todo el mundo visita los cementerios para rendir tributo a sus difuntos y hacer algunas ofrendas para estar a bien con el no-mundo.

Existe un baile tradicional de Obon llamado bon odori que se practica al compás de una bonita y repetitiva música. Se trata de una alegre distracción que permite a vivos y muertos alternar en un espacio muy parecido a una de nuestras antiguas verbenas. Sobre todo lo baila la gente mayor y los niños ataviados con ropas tradicionales, muchas veces con estampados de (también) muy veraniegas libélulas.

En otra época del año es bastante más difícil ver este tipo de atavíos tradicionales, sobre todo en gente joven, pues Japón es un país completamente occidentalizado en lo que a moda se refiere. En algunas regiones (más en el campo), como hacemos en nuestro San Juan y en otros tantos otros lugares del mundo, se encienden hogueras en algunas noches específicas.

Es también época de fuegos artificiales, que en japonés tienen el bonito nombre de hanabi ('flor de fuego') y que son algo bastante más antiguo de lo que generalmente se piensa. Pero además, es tiempo de algunos platos de comida deliciosos y desconocidos en nuestro país, últimamente un tanto pesado (por no decir snob) con el sushi. El riquísimo unagi (pronúnciese 'unagui'), quizá el plato más representativo del verano. Se trata de anguila cocinada con una salsa particular, que generalmente se acompaña simplemente de arroz.

Aunque no todo son fiestas: uno de los mayores inconvenientes del verano, como en casi todos los países, son los mosquitos, con el añadido de que en Japón son de una feroz especie cuya picadura produce unos habones terroríficos. Pero junto a estos, o contra estos más bien, está otro de los iconos esenciales del verano japonés: las verdes espirales de incienso repelente de mosquitos de la marca Kincho, y unos simpáticos cerditos de cerámica donde se pone a quemar este incienso. Algo que data de hace más de 100 años y que se sigue utilizando habitualmente, a pesar de otros muchos ingenios más modernos disponibles.

Como último apunte, entre julio y agosto tienen lugar las mayores rebajas del año en todo Japón. Los descuentos son fenomenales. Es habitual encontrar cosas a mitad de precio y otras tantas hasta con un 70% de descuento, y esto siempre está bien también. ¿no?