Que el título de este libro no les confunda. ‘Editor’ se llama, sin más. No supongan lo que encontrarán en él sin leer este artículo, inocentemente decidido a hablar de su interés y a tratar de convencerles de su (muy) recomendable lectura.
Tom Maschler dándole fuego a John Lennon.
El título es lacónico, muy breve y quizá no del todo acertado: idóneo, eso sí, para pasarlo por alto si en una librería ven tan sólo su lomo entre tantos otros. Leerán de pasada, ‘Editor’ de Tom Maschler y ya. Seguramente no les suene de nada el nombre del autor y creerán —ése es, en mi opinión, el problema del título— que este cuarto título de la colección 'Tipos móviles' de la editorial Trama es una suerte de manual del futuro editor. De quien sueñe con serlo algún día, vaya. Un libro con recetas y reglas que sirva como lectura recomendada tan sólo para aquel reducido sector de la población cuya locura particular se manifieste en el deseo insistente y sueño confesado de ser editor.
Pero no, no se trata de eso, sino de unas entretenidísimas memorias de editor. Y no de un editor cualquiera, ya que Tom Maschler después de pasar por varias editoriales, entre ellas Penguin, terminó convirtiéndose en una figura capital en el mundo de la edición como director editorial de la inglesa Jonathan Cape. Es uno de los mejores, porque ha editado a muchos de los grandes (luego hablaremos de alguno de los autores de su catálogo).
Le hemos puesto 'peros' al título —mientras tanto yo pienso en uno para que este artículo no se pase por alto—, pero el libro es bueno desde la portada (que le hace ganar ya unos cuantos puntos): una ocurrente y elegante fotografía de Chema Madoz. Y la lectura se acelera a partir de la primera anécdota: la recopilación de fragmentos y edición, apenas llegado a la editorial Jonathan Cape, del libro de Hemingway, 'París era una fiesta' —descatalogado en España, por cierto y por si alguien se anima a recuperar esta pequeña obra maestra—.
A través de estos recuerdos Tom Maschler logra transmitir esa pasión por el mundo de la edición literaria; nos cuenta cómo siendo un joven inglés perdido en Roma con el sueño de convertirse en director de cine, se inició en la impactante lectura de Dylan Thomas y Anaïs Nin gracias a la amistad entablada con el poeta Harold Norse, quien logró excitar su imaginación con las anécdotas de algunas celebridades literarias. Y contando sus propias aventuras, triunfos y pesares, nos logra contagiar de la misma fiebre. Exagerando un pelo, dice: "Estoy convencido de que la editorial es la responsable del éxito de un libro, porque el entusiasmo que la obra ha producido dentro de la casa se contagia al mundo exterior". (Pido perdón, por cierto, a quien leyendo el título del artículo se esperara encontrar algo muy distinto en su interior: quizá alguna joven editora luciendo catálogo y palmito en la playa).
La mayor parte del libro, tratándose de unas memorias de editor, lo ocupan los autores a los que ha conocido y admirado, y también aquellos otros que en persona dejan tanto que desear que es mejor verles únicamente en las fotos de sus libros (son muy divertidas, por cierto, las excéntricas exigencias de Lauren Bacall). Con algunas páginas dedicadas también a su propia familia, suficientes como para leer confesiones de este tipo: "Años después tuve que pedir perdón a mis hijos por haber sido un padre inaccesible", este libro también puede leerse como un listado de algunos de los mejores escritores —especialmente ingleses— de la segunda mitad del siglo XX (e inicios del XXI) y algunas obras imprescindibles.
El editor es el encargado de descubrirnos a unos y otros, logrando así alcanzar su particular forma de creación: su propio catálogo configurado con el tiempo. Piensen, por ejemplo, en los casos españoles de Anagrama y Tusquets, que acaban de cumplir 40 años con catálogos brillantes, o en los casos de algunas 'artistas' de la edición que aparecidos hace apenas unos años están demostrando sobradas muestras de sabiduría y locura —necesarias ambas en este apasionante negocio—, armando poco a poco sus propios catálogos: sus obras maestras.
El editor es el encargado de descubrirnos a unos y otros, logrando alcanzar su particular forma de creación: su catálogo configurado con el tiempo
Porque editoriales y editores hay de todo tipo, pero Jonathan Cape siempre se ha considerado de aquellas que no podían permitirse ofrecer libros estrictamente comerciales. Su extenso catálogo, de cuyas más recientes décadas es responsable y reflejo Tom Maschler, cuenta con las obras del ya citado Hemingway, Joseph Heller (autor de la novela 'Trampa 22'), Philip Roth, William Styron (de quien hace poco recomendamos 'Esa visible oscuridad' y consideramos imprescindible 'La decisión de Sophie'), (su gran amiga) Doris Lessing, el triunvirato inglés formado por Ian McEwan, Martin Amis y Julian Barnes, Bruce Chatwin, Salman Rushdie (cuya novela ‘Hijos de la medianoche’ fue considerada hace poco como el mejor Premio Broker en sus 40 años de existencia, premio promovido y fundado por el propio Maschler), el genial y divertido Kurt Vonnegut, John Fowles, Thomas Pynchon (a quien conoció y felicitó por retratar varios países con tanta precisión, Pynchon le hizo saber enseguida que salvo La Valletta –Malta—nunca había pisado esos países), el dandi Tom Wolfe (sin una sola mancha en sus impolutos trajes blancos), Gabriel García Márquez (para Maschler el más grande de los novelistas vivos) y otros autores de la América hispana como Borges, Vargas Llosa, Carlos Fuentes (y algunos más), Roald Dahl (no se confundan, no es sólo un escritor de libros juveniles; por cierto, Tom Maschler llegó a ser criticado por editar libros considerados de adultos destinados al público infantil, ahora sucede tristemente lo contrario y nadie dice nada)…
Después de todo, la lectura de ‘Editor’ (Trama editorial, 2009) ha incitado mi imaginación y despertado ganas por este emocionante oficio. Por favor, ¡que alguien en su sano juicio venga y me las quite!
*Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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