La muerte de Michael Jackson ha dejado a un millón de personas sin la posibilidad de verle en directo, algunos de los cuales nunca habían acudido a ninguno de sus conciertos —no salía de gira desde 1997—. Eran muchos los que tras su fallecimiento comentaban: "Pues habrá que ir a ver a Madonna". La reina del pop actuó el martes en Barcelona, anoche lo hizo en Madrid y lo hará el sábado 25 en Zaragoza. En ninguna de las ciudades ha conseguido agotar, pero al menos podemos decir que hemos visto al mito.
Un momento muy 'hot' de la gira.
No todos se prodigan por doquier como U2, Depeche Mode, Iggy Pop, Bob Dylan o los Rolling Stones, a los que casi estamos hartos de ver. La próxima gira de Leonard Cohen por un sinfín de ciudades españolas es un acontecimiento excepcional, como el show de Burt Bacharach de la semana que viene, los shows de Blondie el año pasado en el Summercase o los dos únicos conciertos que los Beatles llegaron a dar en España, en Madrid y Barcelona, en 1965.
Es difícil decir si Madonna suele actuar en España o no. Por un lado, escogió Barcelona para abrir su gira 'Drowned World', en el que era su primer tour en siete años. Sin embargo, dejó nuestro país fuera de sus dos siguientes giras: 'Re-Invention Tour' y 'Confessions Tour'. Con la actual, titulada 'Sticky & Sweet', actuó el año pasado en Sevilla y Valencia, y ahora vuelve con tres nuevas fechas.
El público de alguna manera ha considerado que ya ha sido suficiente y no se ha mostrado muy dispuesto a pagar los 100 euros, en el mejor de los casos, que costaba. Las entradas no se han agotado ni en Madrid ni en Barcelona —rondando los 40.000 tickets vendidos sobre capacidades en torno a los 50.000—, y en el caso de Zaragoza, a la desesperada, se han puesto a disposición del público todo tipo de descuentos y ofertas a través de Facebook, la Universidad, Fnac, etcétera.
Pero Madonna siempre gana. No hay que ser muy listo para darse cuenta. Es mejor cobrar 100 euros por entrada y congregar a 35.000 asistentes —se recaudan tres millones y medio de euros—, que cobrar 50 y congregar al 50.000 total —se recaudan dos millones y medio—. En el camino, además, impides la reventa y tienes la certeza de que nadie se enriquecerá a tu costa, como sucedía en anteriores giras, en recintos de menor capacidad. Madonna, más lista que el hambre.
Los años no pasan en ese cuerpo serrano.
Y además, los que asisten suelen salir contentos y repetir, a pesar de las imperfecciones de un show que en lo sonoro no brilló en ningún momento: los graves retumbaban y el sonido llegaba a duras penas a las gradas, algo habitual en los conciertos del Calderón, como bien recordamos, por ejemplo, de la gira Pop Mart de U2. Pero por lo demás, el resultado siempre es espectacular. Plataformas que suben y bajan, pianos que aparecen y desaparecen, bailarines realizando coreografías en las que no cabe ni el más minúsculo error, y entre todo, ella, con casi 51 años pero moviéndose mucho más y con más soltura que en su mismísima primera gira, aquel 'Virgin Tour' en el que tenía como teloneros a los Beastie Boys.
Madonna no sólo está joven y guapa sino además, y aunque ya suene a parodia de Muchachada Nui, se reinventa. Interpreta 'Vogue' con la música de '4 Minutes' detrás, 'Like A Prayer' en versión bakalao, 'Into The Groove' como si fuera un clásico high school, 'Dress You Up' en plan rockero, la balada 'You Must Love Me', que ganó el Oscar a mejor canción por 'Evita', en un emocionante número acústico, 'Frozen' y 'Holiday' en nuevas remezclas bailables... A veces se le va la pinza e incorpora números étnicos donde lo mismo caben los Balcanes, que flamenco, que latino. A veces tanta reinvención la perjudica y el gran público no se entera de que Madonna está tocando 'La Isla Bonita'. Pero en la mayoría de ocasiones, cada giro dado a sus clásicos y cada número para presentar sus nuevas canciones (las proyecciones en 'Devil Wouldn't Recognize You', el cochazo durante 'Beat Goes On') son constantes alardes del mejor espectáculo pop que puedas imaginar.
En uno de los pretendidos momentos más emocionantes de la noche, Madonna incorpora un popurrí de Michael Jackson. Un bailarín disfrazado de él le imita mientras suenan 'Billie Jean' o 'Can't Stop Till You Get Enough'. Madonna no canta ninguna estrofa, simplemente le mira y sonríe. Mirar a Michael Jackson es lo que hizo al principio de su carrera. Lo sabe y lo reconoce. Nunca fue la primera, ni la mejor en nada, pero uno de los mayores iconos pop del siglo XX sigue más que vivo.
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