Desde el punto de vista clínico, hablamos de deseo —fase de deseo sexual— para referirnos a la experiencia subjetiva de atracción hacia el objeto sexual (normalmente, una potencial pareja sexual). Digamos que se trata del conjunto de la experiencia de atracción que se integra en nuestro encéfalo y para la que, todavía, no se conocen los registros fisiológicos específicos. En cuanto experimentamos evidencias físicas de nuestro creciente deseo (erección del pene, lubricación vaginal, aceleración del pulso, erección del vello corporal, sudoración, enrojecimiento de partes más o menos extensas de nuestra piel, hinchazón de los pechos...) pasamos a hablar de fase de excitación sexual —abreviadamente, excitación—. En buena parte de las ocasiones, permitiendo fluir la excitación se llega a la fase de orgasmo, con la eyaculación, su evidente signo externo en el caso de los varones. Si bien el deseo sexual se mantiene hasta el orgasmo, cuando hablamos de fase de deseo, nos referimos al inicio de la respuesta sexual de hombres (casi siempre) y mujeres (no siempre).
Algunas mujeres descubren a lo largo del proceso de terapia sexual un profundo y arraigado miedo a su propio deseo. Es una inhibición más excepcional entre los varones. A poco que observemos los valores tradicionales de nuestro entorno sociocultural, apreciaremos cómo se nos educa para contener el deseo —a ellas— o para incentivarlo —ellos—. El miedo a dejarse llevar por el deseo llega en algunas mujeres a agudizarse hasta el extremo de ni siquiera permitirse dejarlo fluir cuando están con la persona "adecuada". Bloqueado el deseo, cuesta más implicarse en una actividad sexual. No obstante, cuando a pesar de ello se lo permiten, pueden verse sorprendidas por su creciente excitación sexual, de forma que acaben viviendo su deseo a partir de la conciencia de su excitación. Es claro que, en el caso de los hombres, el ciclo suele seguir el camino inverso: dejándose llevar por el deseo, la excitación se acrecienta.
Más frecuente todavía es el hecho de que mujeres, especialmente cuando conviven largamente con una pareja, se implican en relaciones sexuales por un deseo de intimidad más que por un impulso de atracción sexual, que suele ser el detonante de las relaciones para la mayoría de los hombres. Cuando es el deseo de intimidad el que moviliza a la mujer, suele ocurrir que comenzar a percibir los crecientes signos físicos de su propia excitación es lo que le va suscitando grados crecientes de deseo sexual. De hecho, dos investigadoras en sexualidad como son Rosemary Basson (2000) y Beverly Whipple (2002) plantean sendos modelos circulares para explicar la respuesta sexual femenina, a diferencia del proceso lineal 'masculino' —deseo, excitación y orgasmo—. Así, la mujer sigue un patrón circular, en el que se puede arrancar por diferentes puntos: intimidad, estimulación sexual, excitación, evaluación adecuada de la excitación, deseo, experiencia sexual satisfactoria, intimidad.
Si bien suscitar el deseo gusta a todos, mujeres y hombres, a veces la posibilidad de cruzar la frontera hacia la excitación del otro desata el propio miedo. El fantasma de la mala mujer que va provocando a los hombres se activa fácilmente en una sociedad impregnada de un ancestral machismo. Recientemente, hemos leído cómo se justificaba la actriz Sheila Kelley, promotora del baile erótico 'S Factor' que está poniéndose de moda en Estados Unidos como novedosa actividad física que tonifica el cuerpo al combinar striptease y baile de barra con pilates, yoga y ballet: "Aún me enfrento con la desaprobación de gente muy conservadora, de derecha, que piensa que la técnica está diseñada para excitar a los hombres, cuando en realidad está hecha para que la mujer celebre su propio cuerpo". Miedo a hablar claro: las mujeres también aprenden con el curso a disfrutar del sentirse deseables. Sin culpa, sin vergüenza.
¿Disfrutas o más bien te incomoda sentir deseo sexual? Y sentirte objeto de deseo, ¿te agrada o incomoda? ¿Te parecería mejor un mundo sin deseo sexual?
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