I love fotomatón

Hay que girar la banqueta hasta que los ojos queden a la altura de la señal que marca en pantalla el centro del encuadre. Te sientas erguido y sonríes, con la deliciosa falsedad de no tener motivo. Un tremendo fulgor te paraliza. Intentas no cerrar los párpados. Ya está. En unos segundos estarás clonado y listo para ilustrar matrículas, carnets y documentos varios. Con un poco de suerte caerás en manos de un coleccionista de fotos de fotomatón, que sabrá valorarte como mereces.

Una imagen de la colección de fotos encontradas de Francisco Gálvez.

Lo mejor de Amelie, esa criatura cinematográfica, sensible, anacrónica y marginal, era la ávida pasión de su novio por recoger de la papelera de los fotomatón, las series desechadas por quienes poseen una imagen tan alterada de si mismos que son incapaces de reconocerse en la clásica tira de fotos carnet.

Antes y después de que la pareja cinematográfica de Audrey Tautou se agachara a rebuscar los reveladores pedacitos, otras personas inquietas atesoran con afán sociológico, sentimental o simplemente voyeur los primeros planos mini de amigos, familia y hasta desconocidos. El fotógrafo Martin Parr incluía en un recopilatorio de sus libros preferidos de fotografía el trabajo, casi arqueológico, de dos colegas que en los setenta publicaron esas fotos tiradas.

La pulsión de coleccionarlas resulta un placer difícil de explicar. Abres la caja y salen tantas historias como fotos posees. Por mucho que alguien se prepare para ofrecer una imagen determinada, el disparo siempre pilla de improviso y te captura a ti, sin más. "Si sabes controlar la situación, ese autorretrato se convierte en una creación tuya. Lo bueno de las series que resultaban de las máquinas analógicas era fotografiar el no acontecimiento, son las instantáneas de los no momentos con esa calidad de las sales de plata y la química", explica la fotógrafa Sofía Moro.

Adiós al fijador

Desde hace un año es imposible hacerse una foto de las antiguas, pues Tecnotrón, la única empresa española que fabrica y gestiona este tipo de cabinas desde 1962, sustituyó entonces la última que quedaba en Madrid. Su director técnico, Alberto Bortolusi, nos cuenta que "hay más de 1.300 fotomatones en España, más 120 cabinas de fotos divertidas. El revelado químico y el mantenimiento de las analógicas se convirtió en un problema y hace seis años comenzamos a destripar las antiguas y cambiar el revelador, el fijador y el agua por un ordenador y una impresora de sublimación térmica".

Aunque el número de fotomatones casi no ha variado, lo que si ha descendido es la cantidad de fotos. "Ya no existen tantos carnets, para la biblioteca, la piscina, el club, etc. Aun así, las situadas en vía pública funcionan muy bien a pesar del vandalismo —nos roban la cortinilla, rompen la publicidad y hacen pintadas—", continúa Bortusi.

Estas máquinas sin corazón son insustituibles. Su encanto radica en que el pulso que antes de retratarse echa el personaje con su propia imagen. Y eso que el actual disparo único ha acabado con los cuatros flashazos seguidos de las antiguas que ofrecían series geniales en las que la cara de sorpresa precedía a la de cabreo cuando te pillaba con los ojos cerrados o no te había dado tiempo a enseñar tu mejor sonrisa.

• Para saber más: Un tipo tiene en su Flickr las fotos que perdiste