La sociedad japonesa es famosa por sus contrastes. Capaces tanto de disfrutar con los rituales más sofisticados y artificiales como de desarrollar soluciones 'express' para cualquier contingencia, en esta ocasión observaremos un caso de elemental y maravilloso pragmatismo.
El color no está reñido con la discreción dentro de las habitaciones.
Sobre algo que se llama "Hotel del Amor" supongo que no es necesario explicar en nuestras sociedades saturadas de eufemismos que se trata en realidad de un sitio donde ir a echar un simple 'kiki'. Y perdonen la pedestre, aunque por otro lado simpática expresión, pero es así y sirve también para quitarle un poco de hierro al asunto y transmitir mucho mejor de qué va y cómo funcionan unos hoteles que son la cosa más normal del mundo.
Una de las características más interesantes de los love hotel es la filosofía de total discreción que los envuelve. A la hora de contratar la habitación uno puede elegir la que más le gusta observando un panel con televisores que muestran el interior de las mismas. Los televisores apagados representan, obviamente, las habitaciones ocupadas. Cuando el cliente se decide por una de las habitaciones, pulsa su correspondiente botón y recoge un ticket con el que abonar el importe en la recepción pero en ningún caso habrá de ver la cara del recepcionista: una oportuna pantalla sólo permite verse las manos para el intercambio pecuniario. Así, hasta las parejas más heterodoxas pueden mantener sus encuentros sin aguantar miradas reprobatorias.
A pesar de la respetable opinión de algunos, todo parece indicar que el sexo es una necesidad fisiológica esencial para la mayoría de las personas. Por ello, en nuestro afán por satisfacerla (en compañía), antes o después requerimos de un espacio apropiado y discreto. En España lo sabemos y la gente lo hace en playas, parques, coches, ingratas pensiones y otros tantos incómodos lugares. En Japón también lo saben y decidieron hace tiempo construir 'Love Hotels'.
Parejas jóvenes viviendo en casa de los padres, ligues de discoteca, infidelidades en todas sus variantes o, simplemente, gente en busca de novedad. Desde luego clientes no faltan a estos establecimientos.
Love Hotels hay para todos los gustos.
Un love hotel puede utilizarse para descansar (otro eufemismo) unas horas en una tarifa llamada "rest". O bien, a partir de cierta hora de la noche (dependiendo del establecimiento, entre las 21h. y las 23h.), en tarifa "stay"; es decir, 12 horas hasta la mañana siguiente.
Los precios dependen de las categorías, pero la media por pasar la noche ronda los 60 euros. Por ese precio se encuentra siempre una habitación muy confortable, siendo raro que carezca de jacuzzi, una televisión grande y moderna, aparato de DVD, videoconsola, nevera y quizá hasta una máquina expendedora de cachivaches con los que explorar nuevas sensaciones. Por supuesto todo limpísimo y bien cuidado.
Más caros y mucho menos habituales, aunque quizá más conocidos entre los internautas, son algunos Love Hotel exóticos que cuentan con algo así como "habitaciones temáticas" en las que poner en práctica distintas fantasías, desde copular como trogloditas en la recreación de unas cuevas hasta la socorrida fantasía escolar en un aula de instituto. Es ahí donde la sofisticación y artificialidad de los japoneses vuelve a tomar forma... Pero ése quizá es otro tema.
Hay 'Love Hotels' diseminados por casi toda la ciudad pero algunas zonas, quizá por su animada vida nocturna, cuentan con barrios donde no hay otra cosa. La más famosa de estas concentraciones se encuentra en el Kabukicho de Shinjuku pero también las estaciones de Shibuya y Uguisudani, por ejemplo, cuentan con sus amplias zonas de hoteles.
Como siempre, nos preguntamos si algo parecido a esto podría tener lugar en España y volvemos a dudarlo principalmente por dos motivos: en primer lugar la extraña inclinación destructora de los españoles que nos lleva a romper, ensuciar y tratar todo fatal sin ningún motivo. Y por otro lado la moral respecto al sexo que todavía impera en nuestro país, que no termina de distenderse... pero eso sí que es otra historia.
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