¿Cuando fue la última vez que pudiste enamorarte de Natalie Portman sin necesidad de saber quién era antes? Siendo generosos, hace cinco años, con 'Algo en común'. ¿Será su trayectoria underground o su tufillo intelectual los que no la dejan avanzar? ¿O que el pacto que hizo con el diablo a los 11 años ha prescrito ya? Por H o por B, lo único cierto es que Natalie ya no peta.
A Natalie le han perdido el respeto
No os echéis las manos a la cabeza los de los pósters y carpetas forradas, sé que la argumentación es ardua pero no por ello deja de tener su punto. Algunos me llamarán loco, o insensible, o frívolo, pero me he desenamorado de ella para siempre. Palabra. Y no creáis que era de fijarme en Cicciolinas o mujeres exuberantes cuando Natalie petaba barbaridad a mediados de los 90. Fue una epifanía. Fue.
Tuvo un bautismo de fuego ambiguo. Su pose de macarra chunga lolítica en aquel thriller magistral que se llamó 'León. El profesional' dio lugar a una tribu de incondicionales, pero fue un error de cálculo tremendo sacarla en camiseta interior con los pechos todavía por definir. Yo no era mucho mayor que ella y aún así percibí algo bastante enfermizo en colgarse por una muchachita cuyo único mérito era ser fría como el acero y extender un cheque sin fondos de belleza futura. Futura.
O sea, que soy de los de segunda promoción, de los que se quedó atascado con ella en 'Beautiful Girls', una cumbre cinematográfica para explicar el descacharramiento generacional de la gente con "treinta y..." que casi nadie la vio en cine. Recuerdo haber leído en el periódico un reclamo coronando su carátula promocional: "Una película que vale lo que su soberbio guión", reseña surgida de la pluma de un periodista clarividente en San Sebastián 96.
Esa fue la mejor versión posible de Portman. Portman quinceañera. Portman con toda la ropa puesta, con gorro de lana incluso, que en el invierno de autos en el que el taciturno Willie Conway regresaba a casa para reencontrarse con sus colegas de instituto hacía un frío que pelaba. Uma Thurman (Andera) era el presente, la supertía buena por excelencia que revolucionaba los más turbios sueños de la banda de borrachos con complejo de Peter Pan sobre los que pivotaba la acción. Marty, la inversión, la que desataba sueños imposibles en Willie:
Imagínate lo que sería tener esa cosa increíble, una persona con todo ese potencial, con todo ese futuro. Esa chica va a ser algo asombroso. Es graciosa, inteligente, preciosa. Ya sé que tiene 13 años, Mo, pero yo podría esperar. No se trata de algo sexual. Podría esperar porque dentro de 10 años ella tendrá 23 y yo, 39, y no habrá problema. Hay veces que me siento como ese personaje de 'Lolita', como si fuera un hombre sucio, retorcido, jorobado, apestoso y putrefacto. No sé colega, solo sé que me gustaría decirle con toda sinceridad: "Llévame contigo cuando te vayas".
Le había enamorado diciendo: "Tengo 13 años pero soy un alma vieja". Después, cuando el sentido común le entraba en la cabeza al protagonista y optaba por seguir con su agradable, coetánea y neoyorquina novia de siempre, el romance platónico tornaba (según palabras de ella) en un "Romeo y Julieta en versión disléxica" (esta elocuencia adolescente impropia fue el espermatozoide que engendró a 'Juno': Diablo Cody no inventó nada, amigos), siendo la frágil ninfa la que salía escaldada. Y era entonces cuando el abrazo que te salía darle no encerraba ningún regusto de sucio hedor pajillero, barrigudo y jubilado.
Pero después vino el apagón. La 'lolita' cerda ('León', 'Heat') y la 'lolita' intelectual ('Beautiful Girls', 'Todos dicen I Love You', 'Algo en común') confluyeron en la stripper de 'Closer', tremendo coñazo anticinematográfico (Mike Nichols se limitó a filmar teatro sin tempo) que empañó el juicio colectivo engatusando a ritmo de Damien Rice. Natalie enseñando cacha con su cuerpo plano de cintura para arriba y bien surtido en los cuartos traseros —estrategia repetida en el corto 'Hotel Chevalier' (Wes Anderson, 2007)—. Dando vueltas alrededor de una barra experimentó una metamorfosis antinatural de cisne a pato. Todo el potencial apuntado por Willie C. se quedó por el camino mientras ella recogía dólares del suelo de su plataforma como un ídolo caído.
'Beautiful Girls', la vez que más petó Natalie
Las portadas de revistas la seguían ayudando entretanto a convertirse en canon de belleza retratando su pecaminoso rostro pero evitando los planos abiertos. El hecho de ser una mujer con cuerpo de niña la convertía en un sex symbol tirado en la cuneta, lejos de las más adultas Scarlett Johansson, Christina Ricci o Jennifer Connelly, que si adquirieron el relleno que de ellas se esperaba.
Desde entonces, y al margen del éxito de taquilla de 'Star Wars', se mueve de un escenario a otro como un pollo sin cabeza intentando buscar su sombra. Sé que este párrafo que pronto acaba puede dejar a mucho 'warsie' cabreado, pero si me permitís un último y subjetivo estoque, darle puntos a Natalie por su papel de Amidala es como enamorarse de Carrie Fisher en la primera trilogía: espeluznante y siniestro.
Ya no siento nada por ella. Es como la chica que te dio el primer beso a la que guardas cariño pero evitas saludar cuando te la cruzas en la pescadería empujando el carro de la compra y con un cigarro fijado en la comisura (como su papel en 'My Blueberry Nights' la temporada pasada). Por eso, cuando me entero de que pronto la veremos en el remake de la nórdica (y notable) 'Hermanos', zorreando a dos bandas con Tobey Maguire y Jake Gyllenhaal, y en 'Black Swan', lo próximo de Darren Aronofsky, un thriller sobrenatural en el que interpreta a una bailarina que ve fantasmas, no siento nada. Ya no puedo volver a la noche de borrachera de Willie y especular con lo que podría ser, porque ya es.
La adolescente ha crecido y algunas de las promesas que extendía se han convertido en torpe prosa. Por eso, prefiero recordarla en todo su esplendor adolescente y con todo ese talento por desarrollar. Y es por mi futuro dorado incumplido que digo que Natalie ya no peta.
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