Verlaine intentando prender fuego a su esposa, Van Gogh arrancándose una oreja, Conrad negándose a desprenderse de un viejo y raído albornoz, Artaud paseándose por París blandiendo un cuchillo toledano y un bastón indígena... La verdad es que la posible relación entre enfermedad mental y creatividad puede ser tan sólo un lugar común, pero no se podrá negar que muchos de estos comportamientos rozan, cuanto menos, lo anómalo. Sobre este particular podrán encontrar diferentes opiniones: la de quienes identifican genio y patología mental, y la de quienes niegan tal correspondencia. Nosotros, por nuestra parte, no estamos en condiciones de identificarnos con uno de los bandos, aunque no creemos que una psicopatologías haga mejor o peor la obra de un escritor (pero si podemos afirmar que con harta frecuencia convierten su vida en un infierno) por mucho que a nosotros esas anomalías puedan hacernos esbozar una sonrisa.
Strindberg, acosado por la esquizofrenia y el consumo de drogas, pensaba que querían asesinarle.
Crean que no es fácil hablar de ese territorio que la lengua común identifica con la locura, el territorio de los "pirados" y "chiflados", de los que "están como una cabra"... Siempre entre la compasión y el temor de lo que no alcanzamos a comprender, la sociedad ha tendido en muchas ocasiones a excluir a los enfermos mentales del conjunto del cuerpo social. Tal vez sea en esta alienación en donde podamos observar un punto de encuentro entre la figura del demente y la del escritor (aunque cada vez menos, claro). Pero por lo visto hasta hoy y si quieren que seamos francos, los primeros abundan mucho más entre ustedes, queridos lectores, que en el gremio de los escritores. De todos modos, y como nos pagan por ello, vamos a recomendarles algunas obras sobre el asunto que nos ocupa y que han coincidido en las librerías. Allá vamos:
Pocas obras habrán sido tan glosadas por los psicoanalistas como las memorias del presidente de la Corte de Apelaciones de Dresde, Daniel Paul Schreber (1842-1911), que acaban de ser (magníficamente) editadas por Sexto Piso con el título de 'Memorias de un enfermo de nervios'. Schreber estaba convencido de que Dios pretendía apoderarse de su alma, destruir su entendimiento y transformar su cuerpo en el de una mujer, y todo ello con la ayuda de su psiquiatra. Freud, Jung, Lacan y toda una pléyade de especialistas se han ocupado de esta obra en cuyo delirio han sustentado diferentes teorías acerca de los procesos paranoicos o incluso una prefiguración del nazismo. El tomo incluye una luminosa introducción de Roberto Calasso (no dejen pasar 'El rosa Tiépolo' que acaba de lanzar Anagrama) y textos de Freud y Canetti acerca del caso.
Todavía recuerdo el pasmo que me produjo la lectura de 'Inferno' de August Strindberg (1849-1912) en el que el escritor sueco, acosado por la esquizofrenia (y un consumo nada desdeñable de drogas, que todo hay que decirlo) se figuraba víctima de diferentes conspiraciones, ya sean éstas de naturaleza humana o sobrenatural, para acabar con su persona. Esas manifestaciones patológicas ya estaban presentes en su obsesivo 'Alegato de un loco' (El Olivo Azul) en el que no deja de verse continuamente atacado, engañado y perseguido por su propia mujer. A lo largo de sus páginas asistimos al desmoronamiento de su matrimonio y a un creciente odio hacia su esposa que hace extensible a todo su género, confabulado en contra suya. En esta obra atroz (el adjetivo es del propio autor) Strindberg abre las exclusas de los políticamente correcto para liberar un torrente esquizofrénico y misógino que no deja nada a su paso.
Y ahora por favor cojan papel y apunten un nombre y un título: William Styron; 'Esa visible oscuridad'. La ligereza con la que los no iniciados solemos emplear los términos clínicos tiene su máxima expresión en el inconsciente uso que hacemos de la palabra "depresión" y la facilidad con la que nos declaramos presas de tal estado. Quien quiera adentrarse en el proceloso laberinto de la depresión mejor que lo haga desde la barrera, leyendo la lacerante 'Esa visible oscuridad' de Wiliam Styron (1925-1906) recientemente editada por Belacqua. Afortunadamente Styron logró salir de esa selva oscura y contarlo. Muchos otros (aquí pueden escribir Plath, Pavese, Hemingway, Woolf...) no consiguieron atravesar la negra noche del alma. Un libro extraordinario (y no lo decimos sólo nosotros).
Pero si hay una estrella que brilla en toda esta constelación es la del dramaturgo, opiómano, vanguardista, inventor de lenguajes secretos, ocultista, dibujante, actor de culto —créanme si les digo que me dejo cosas por el camino— Antonin Artaud (1896-1948). Su internamiento durante nueve años en varios centros para enfermos mentales cuando estos se parecían más a las mazmorras medievales que a las actuales clínicas acabaron por arrasar su cuerpo enfermo y dejar escaso su 'Teatro de la Crueldad'. El otro día cerró sus puertas la extraordinaria exposición 'Artaud' en la madrileña Casa Encendida. Para quienes no hayan podido asomarse por allí tienen la oportunidad de hacerse con el catálogo de la muestra que incluye varios textos iluminadores sobre su figura (entre ellos el de nuestro amigo y maestro Ángel González García, quien bien podría estar aquí por otros motivos).
*Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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