¿Quién dijo que los mega-ricos no quieren oír hablar del cambio climático? Su reticencia a encarar los enormes retos del calentamiento global ya es cosa del pasado; ahora los líderes empresariales se muestran decididos a tomar el toro por las astas y a aportar soluciones. Tal es el mensaje que pretende trasmitir el "Llamamiento de Copenhague" emitido desde la Cumbre Empresarial Mundial sobre Cambio Climático, celebrado la semana pasada en la capital danesa.
Protestas de los ecologistas bajo el lema "Nuestro clima no es vuestro negocio"
La noticia puede sorprender, pues se tendía a pensar que las emisiones de gases de efecto invernadero no le quitaban el sueño al Big Money. El gran capital tenía otras prioridades, o prefería cerrar filas con los negacionistas. La cumbre de Copenhague viene a escenificar el alineamiento de los plutócratas con las tesis ambientales en boga.
Alineamiento a su manera, aclaremos. Fijémonos en las recetas aireadas en Copenhague: concesión de incentivos económicos, y establecimiento de plazos y objetivos que den rienda suelta a las estrategias del sector privado y "liberen las inversiones necesarias para hacer posible una economía baja en carbono", de acuerdo al Climate Group, el lobby empresarial que defiende este enfoque. Entre esas metas se incluye una reducción global de las emisiones de un 50% para el año 2050.
Los malpensados se preguntarán si no se trata de una de esas ruidosas operaciones de relaciones públicas que lanzan las grandes empresas cuando tienen a la opinión pública en contra. Algo de eso hay. Los ecologistas, notando la presencia en Copenhague de compañías como Shell y Duke Energy, metidas hasta el tuétano en la economía contaminante, la tachan de "cumbre de grandes contaminadores", los mismos que han venido torpedeando las medidas para poner coto a las emisiones.
Por esa razón, los activistas reunidos en la ciudad anfitriona marcharon bajo el lema "Nuestro clima no es vuestro negocio". La ONG Oxfam criticó el objetivo fijado en la cumbre por insuficiente; "hace falta una reducción de al menos 80% de los gases", advirtió su director ejecutivo Jeremey Hobbs, y además exigió compromisos concretos para financiar la transición a una economía baja en carbono en los países en desarrollo (lo cual, según él, requeriría al menos una inyección de 50.000 millones de dólares anuales).
Aún reconociendo la justicia de esas críticas, no me parece que lo de Copenhague se reduzca a meras acciones cosméticas. En ocasiones anteriores he hablado del viraje —primero por goteo y ahora en avalancha— del 'establishment' en cuanto a la cuestión ambiental. Ni FAES ni Aznar ni otros negacionistas ultramontanos nos deben impedir ver el bosque: esto es, la abrumadora aceptación de las tesis sobre el cambio climático por parte de los políticos e ideólogos defensores de la globalización capitalista. El triunfo electoral de Obama marcó un punto de inflexión, y cabe pensar que el cambio de postura de Washington no tardará en ser seguido por Wall Street.
¿Todos en el mismo barco, entonces? Sí, en un barco con camarotes de primera, de segunda y una bodega en la que se hacina la mayoría. Que la plutocracia adhiera al consenso sobre la amenaza climática no garantiza la idoneidad de sus propuestas para combatirla; aunque sí podemos suponer que serán las mejores para sus intereses. Al igual que ocurre con la crisis económica, muchos capitalistas querrán que la crisis ambiental la paguen los demás, impulsando una agenda climática que les beneficie.
'Business as usual'. Alegrémonos, por lo tanto, de que el gran capital deje de meter palos en la rueda y colabore en el control de las emisiones; y dispongámonos al mismo tiempo a impedir que los platos rotos del desastre ecológico los paguen los que menos tienen.
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