Todo comenzó en 2005, más concretamente, el día de Todos los Santos, cuando en la localidad de Herat, al oeste de Afganistán, se iba a producir un coloquio literario. Sin embargo, la muerte inesperada de una de las ponentes hizo que el acto tuviera que cancelarse con el sentimiento trágico de lo que se trunca sin llegar a ser.
El escritor Atiq Rahimi.
Hasta aquí nada raro puede deducirse de este hecho, salvo la tragedia luctuosa que toda defunción conlleva. Sin embargo si escarbamos un poco averiguaremos que la fallecida respondía al nombre de Nadia Anjuman, su edad no era superior a un cuarto de siglo, y su muerte no se trató de un golpe fortuito y desafortunado de la natura, sino que fue provocada por la ira furibunda de su marido.
El salvaje asesino, hombre culto y educado que "permitía" la asistencia de su esposa a tertulias, no pudo más. Un comentario de su suegra hizo que de manera brutal terminara ipso facto con la vida de la que supuestamente más quería y después, como el manual de buen cobarde indica, se intentó suicidar con una inyección de gasolina. Uno de los invitados a Herat y amigo de la víctima, al enterarse de suceso, acudió al hospital penitenciario donde agonizaba el hombre. Allí junto a su cabecera reflexionó "Si yo fuera una mujer, me quedaría aquí a su lado, esperando verlo reventar". Esta fue la historia que Atiq Rahimi vivió y el germen de su última novela, ganadora del último premio Goncourt.
El escritor afgano afincado en Francia desde la invasión de su patria, publica esta obra con el título simbólico de "La piedra de la paciencia". Ese elemento "confidente" sobre el que depositamos nuestras desgracias y que algunos identifican con La Meca. Ese libro de confesiones ilícitas que acaba por destruirse para liberarnos definitivamente de nuestros males. Y así es como actúa un moribundo talibán encamado en la cuarta novela, primera escrita en francés, de Rahimi.
Cuidado por su mujer, el guerrillero en estado vegetal por una bala en la nuca descansa en la humilde casa de algún lugar de Afganistán. Su esposa le cuida al son de la respiración pausada con la cadencia del paso de las cuentas de su rosario. Entre las llamadas a la oración, el cuidado de las hijas y las visitas a su tía, pasan lentamente los días. Ella rodeada del bélico entorno, toma a su esposo como esa piedra de la paciencia en la cual desahogar sus secretos más ocultos y oscuros.
La portada del libro.
Una historia en la cual, el hombre antes independiente y director de vida doméstica queda relegado a una figura dependiente, un pelele en manos de su esposa, la tradicional mujer sumisa que aceptó como pudo una vida marital bastante tormentosa. Es en este momento, junto al letargo de su marido cuando desahoga su ser. A modo de biografía consigue revelar sus sentimientos y emociones adquiriendo la palabra unas dimensiones que jamás pudo pensar. Es con su propia narración cuando se da cuenta de la realidad que ha padecido tantos años. El final trágico, como no podía ser de otra forma, nos recuerda que la violencia está más que presente en el mundo bajo distintas máscaras, la más lamentable la que se disfraza bajo la apariencia del amor.
La historia que este escritor, admirador de "El Amante" de Duras, nos traslada más allá de las fronteras territoriales y culturales. Nos recuerda a la confesión, esta vez ante un difunto de cuerpo presente en la obra de Delibes "Cinco horas con Mario" o en formato epistolar las cartas al hijo muerto que Camilo José Cela tuvo a bien escribir con el título de "Mrs Caldwell habla con su hijo". Obras todas ellas con un marcado carácter redentor (la necesidad de contar para autosalvarse), una angustia vital contenida que explota en determinados momento bajo reproches calmados por supuesto amor y la presencia del protagonista (fallecido o a punto de morir) que es el centro de la novela y sin el cual no podría mantenerse la estructura narrativa.
Alabamos en este caso a Siruela, que ha acertado traduciendo y publicando en castellano este magnífico premio Goncourt. Sabida es nuestra admiración por este certamen, pero más aún por aquellos editores que saben mantener una coherencia en su actividad. Esperamos que podáis disfrutar de este ejemplar y que desveléis su interior con la paciencia y tranquilidad que merece o que aprovechéis el fin de semana para pasear por la Feria del Libro, que abre sus puertas como cada año en Madrid.
* Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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