Que me perdone el follonero por plagiar el título de su programa pero en el caso de la arquitectura, es absolutamente necesario. Y es que sin duda, considero que los arquitectos hemos sido salvados por la revolución digital. Puede parecer iluso pensar que un simple cambio de escenario fuera la medicina que permitiera a los arquitectos reinventarse a sí mismos, pero así ha sido.
A finales del siglo XX el discurso de la arquitectura empezaba a flaquear de manera alarmante al no asumir, en muchos casos, su papel dentro del espectáculo en el que se había convertido el panorama cultural desde las vanguardias. Parecía no haber ni una dirección ni un objetivo claro en sus planteamientos.
The Constructor. Autorretrato de El Lissitzk , 1925 y caravana de Hugo Ball, 1916.
Hay que decir que esta desorientación no es patrimonio exclusivo de la arquitectura, ni siquiera de nuestro tiempo; venía de atrás. Todo parte de la reflexión que durante la segunda mitad del siglo XX se realizó en torno al arte moderno, que después de décadas de reinado se empezaba a considerar estancado. El cambio de mentalidad que supuso la modernidad fue tan fuerte que costaba desprenderse de sus tesis a pesar de que muchas de ellas condujeron al arte hacia un punto muerto. Para muchos, no darse cuenta de esto suponía negar parte de las tesis planteadas durante las vanguardias, como el hecho de que tanto el arte como la arquitectura debían convertirse en reflejo de las experiencias vividas.
Y es, precisamente, el desconocimiento de estas tesis vanguardistas lo que restó coherencia a todo desarrollo artístico posterior que pretendía seguir siendo fiel a la modernidad. Máxime cuando todo movimiento artístico se fundamenta sobre la negación de aquello que le impide ser: un movimiento surge a partir del rechazo del anterior.
Y ahí está la trampa, muchos arquitectos llevan bebiendo de las fuentes de la modernidad prácticamente un siglo sin atreverse a negarlo (y el que osara intentarlo sería desterrado al olvido eterno).
El cambio de mentalidad no solo ha dotado de un nuevo horizonte a la arquitectura sino que ha reabierto líneas de investigación aparentemente agotadas, como son la eliminación de sus límites físicos y su democratización, líneas que no necesariamente han de apoyarse en la tecnología digital. Es un grito que en estos tiempos de Obama nos resulta extremadamente familiar: Yes we can! Existe esa idea de que todo es posible. Esta sensación permite a la arquitectura recobrar un lugar en el espectáculo como una forma coherente de interactuar con sus usuarios.
Imagen del proyecto Blur de los arquitectos Diller & Scofidio instalado a orillas del lago Neuchatel en Yberdon, Suiza.
Porque no nos olvidemos, arte y espectáculo van de la mano. Y precisamente, es el interés por abrir nuevas vías de comunicación entre el espacio y cuerpo lo que caracteriza la arquitectura del siglo XXI.
Uno de los ejemplos más claros de este nuevo positivismo en la arquitectura lo tenemos en un proyecto que fue el desarrollado algunos años antes por los americanos Diller & Scofidio titulado Blur.
Realizado con motivo de la Expo 02 los integrantes de West 8, conocidos por sus proyectos paisajistas, junto con Diller + Scofidio acordaron abordar un proyecto desde el punto de la simbiosis entre el paisaje y la tecnología digital. Situado en la localidad Yberdon, al borde del lago Neuchatel se propusieron realizar una arquitectura en la que el material predominante sería el más abundante del lugar, en este caso el agua, para lo que se crearía un sistema de filtración y pulverización que creara la sensación de habitar en el interior de una nube.
Por una parte se trataba la desmaterialización de la arquitectura y el control de las condiciones naturales y por otro, se trataba de comunicar a los visitantes entre sí mediante un dispositivo conectado a una red virtual.
Esquemas de funcionamiento de los dispositivos digitales instalados en los impermeables, como parte del equipamiento del proyecto Blur.
Lo importante de todo esto no es que desde la arquitectura se pueda construir un edificio en forma de nube, sino la sensación de que cualquier cosa es posible. El proyecto Blur es sin duda el anticipo del último gran reto de los arquitectos: la construcción de arquitectura y de la atmósfera que la rodea.
Científicos de la NASA afirman que existe la tecnología para instalar una base en Marte destinada a adecuar la atmosfera de este planeta para su posterior conquista. Aunque a día de hoy existen escollos burocráticos que frenan el proyecto, de manera intuitiva algunas propuestas arquitectónicas actuales parecen realizarse a medida de este proyecto, que sin duda se trataría de una de las más grandes obras concebidas por el hombre.
En un intento de normalización de la simbiosis arte-tecnología, se decidió contratar al artista Damien Hirst para que diseñara el calibrador de la sonda espacial Beagle 2 destinada a posarse sobre la superficie marciana en diciembre de 2003. El dispositivo diseñado para calibrar las lecturas cromáticas de la sonda podría ser reemplazado por un objeto artístico sin que sus funciones se vieran limitadas.
La decisión de incluir el diseño de Hirst en la sonda, no hace sino reforzar la idea de la simbiosis actual entre arte, tecnología y espectáculo. No debemos menospreciar el valor de este escenario ni mucho menos olvidar que hoy por hoy esta es la vía y la razón de ser del arte y la arquitectura. Aunque muchos se resistan e incluso lo consideren una desvalorización de los principios tradicionales yo insisto: ¡Estamos salvados!
* María Asunción Salgado de la Rosa es doctora en Arquitectura.
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