MÉXICO, D.F..- Coyoacanense de sangre pura es el término con el que se denomina al que nació en Coyoacán y mantiene su residencia. No basta con vivir ahí o sólo haber nacido. Es una combinación aritmética que atrae tantas dudas como elogios. Los habitantes de otras zonas como Villa Coapa, La Condesa, el centro de la ciudad (México, D.F) y Satélite, ésta a orillas de la capital, se consideran enemigos del coyoacanense pero visitantes regulares de su territorio. Hubo un tiempo, a finales de los años ochenta de siglo pasado, en el que existía cierto encono grave entre el Norte y el Sur. Hoy ya no va más, por la homogeneización de las reglas, porque hasta las pequeñas colonias y los pueblos recónditos se han globalizado.
Un paraíso sólo de lunes a viernes.
Coyoacán es un paraíso cultural de lunes a viernes. Los fines de semana, la gran cantidad de visitantes y la mala ubicación de la venta ambulante de artesanía devaluada convierten la zona en un desastre comercial en el que caminar en calma es imposible. La mancha de la modernidad, que pretende convertir el sitio en un centro turístico común y corriente, ha devastado las formas. Los viejos cafés culturales han dado paso obligado a los cafés Internet; algunas casonas coloniales que eran parte de la iconografía histórica han sido derribadas para convertirlas en enormes estacionamientos y no cesa la invasión de las grandes marcas de comida transnacional, cuyos anuncios luminosos entristecen el panorama. Las calles, otrora tranquilas y silenciosas, son ya aparcaderos monumentales dominados por la mafia de los acomodadores de autos.
Hubo un tiempo en el que los sábados y domingos uno podía sentarse a beber un café en la plaza y alimentar a las palomas, mientras los chiquillos correteaban por ahí, exigiendo un globo, una pepitoria, un dulce tradicional. Un mimo, acaso, pintaba historias silenciosas y los cuentacuentos infantiles hacían las delicias de los niños, ataviándolos con disfraces de ratones y conejos para dar forma a una historia fantástica. Era común encontrarse con personajes de la vida intelectual, narradores, escultores y poetas nacionales y uno que otro extranjero como García Márquez o Cortázar, seducidos por la magia del barrio. Era, también, centro de reunión para movimientos políticos de izquierda.
Hoy, tal y como las pirámides prehispánicas sucumbieron bajo el concreto, la magia de Coyoacán es mera referencia histórica. Hordas inclasificables toman por asalto las calles y los restaurantes, los cafés culturales se han electrificado convirtiéndose en bares de moda y los primeros artesanos han diversificado el negocio comprando al por mayor las pulseras y los colguijes de cuero que revenden a precios exorbitantes. Ha sido tal el impacto comercial que, incluso algunos museos de entrada libre han comenzado a cobrar la entrada, alejando las posibilidades culturales de la gente de menos recursos.
¿Está perdiendo el encanto del pasado?
Anteriormente, Coyoacán era intocable. Hasta hace algunos años, cuando la actriz María Rojo (Danzón, Rojo Amanecer) fungía como delegada, se luchaba por mantener la imagen cultural de Coyoacán, sin embargo, con el paso del tiempo y el cambio de delegados, aprovechando precisamente el impacto turístico, se han sacrificado la historia y el carácter intelectual de la zona. Los residentes han protestado al sentirse exiliados en su propio territorio. Por su parte, los presuntos artesanos han formado organizaciones parecidas a sindicatos-mafia para mantener, por la fuerza, sus puntos de comercio. Y las autoridades guardan silencio ante el problema y el alza en los asaltos a mano armada y los robos de auto partes.
Coyoacán, en el pasado la zona cultural más importante de la capital y el país, se debate en el dilema del comercio y la tradición. Sin importar que otras colonias como La Roma y La Condesa gocen de enorme popularidad entre los jóvenes, la misma esencia histórica de Coyoacán obra como imán turístico, en detrimento de su carácter sobrio y, hasta cierto punto, elegante, de prosapia.
Su rostro amorfo entristece, como una representación terrenal de aquella joya cinematográfica llamada Blade Runner. Dominan el caos, la estridencia y las toneladas de basura que dejan los visitantes quienes, como nubes de langostas, devastan los campos y descansan entre semana, para volver los sábados y domingos a tomar la historia y la tradición como pasto de sus pulsiones. Es triste, eso ya se dijo, pero también una gran oportunidad para, como en el teatro, atender la segunda llamada, antes de perderlo todo.
A pesar de todo, Coyoacán, y los coyoacanenses de sangre pura, se defienden.
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