¿Cuál será la respuesta musical al desempleo?

Toda época de recesión agudiza el ingenio creativo del artista. A lo largo de mi corta vida he aprendido que hay varias crisis que el ser humano puede sobrellevar. Todas ellas, y con ejemplos relativamente recientes, han sido motivo de revoluciones individuales o masivas desde el ámbito de la cultura, y en especial la música, que es lo que nos concierne. Una crisis económica como la que estamos padeciendo en estos meses no puede, en mi opinión, crear un revulsivo cultural. Ojalá me equivoque, pero para que una persona quiera expresar sus nuevas inquietudes tiene que haber algo más que una crisis monetaria mundial. Es poco viable que aparezcan nuevos artistas quejándose de lo mal que les va la vida ya que no tiene para pagar sus vicios, su hipoteca o sus estudios universitarios. Las pequeñas revoluciones culturales que han tenido lugar en estos últimos lustros han sido pequeñas pataletas ante la falta de creatividad. Sus creadores abanderaban un nuevo sonido que llevaba arrastrando consigo una forma de actuar ante el arte o la música preestablecidos.

Los Sex Pistols, contundente respuesta a un momento.

No quiero valorar con este escrito si la música del Mayo del 68 parisino tuvo más trascendencia que los temas que se radiaban la fiebre del Acid House, o que la rabia que escupían los punks británicos era más visceral que el nihilismo per se del grunge de Seattle.

Nadie mira a Seattle

Eso es lo que pensaban las jóvenes promesas del rock de la zona. Una zona de por sí poco atractiva, sin mucho movimiento cultural, comparado con la escena rock de ambas costas americanas. El detonante de esta crisis fue la creación del sello discográfico Sub Pop, que supo reunir un buen número de bandas emergentes del Estado de Washington. Esta discográfica —bajo un férreo control del producto que vendía— convenció a medio mundo de que el ombligo cultural de la música popular estaba situada precisamente en Seattle. La falta de creatividad reinante hacia mediados de los 80 hizo que emergiera un sonido muy característico de todos estos nuevos grupos que nos presentaban los directivos de Sub Pop. Un sonido reconocible por sus guitarras distorsionadas, con mucho peso dentro de la producción musical de cada canción, dejando en segundo plano la base rítmica. Las voces interpretan melodías disonantes y repetitivas hasta la saciedad. Los artistas que forman parte de este movimiento cultural no aspiran al éxito ni a la fama. De hecho, repudian todo lo que tenga que ver con el negocio discográfico, llegando a negarse a hacer cualquier tipo de promoción.

Este movimiento contracultural empezó su declive en el momento en que Kurt Cobain, frontman de Nirvana, decidiera volarse la tapa de los sesos en un bajón de heroína.

Todos deberían tener una TB-303

El acid house llegó en un momento de bajón de la música electrónica de baile. La crisis era creativa y sónica. Nada divertido en el horizonte de las discotecas. La electrónica se volvía una vez más seria, sin pretensiones de divertir al oyente, vamos, que volvían los aburridos 70 con sus teclistas virtuosos haciendo un alarde de tecnicismos y ejecución digital (de dedos). En este caso la crisis era primordialmente de falta de ideas creativas a la hora de aplicarlas a la música de baile, o la música Dance. Esa falta de creatividad hizo que los artistas, compositores o djs buscaran fórmulas nuevas; y acertaron con una idea muy simplona: un sonido característico.

A la par, la fábrica nipona Roland tuvo la brillante idea de sacar al mercado un lustro antes uno de sus más sonados fracasos económicos: la TB-303. Es un secuenciador que en un principio serviría de acompañamiento a los guitarristas. Creaba así una línea de bajos para que los instrumentistas pudieran plasmar sus ideas sin la necesidad de músicos adicionales. Este secuenciador es difícil de programar, y su entorno por aquel entonces era hostil al músico tradicional que prefería componer tocando que programando. Consecuentemente, el artilugio pasó a formar parte del 'junk material' de los Cash&Carry. Años más tarde fue recuperado por los compositores de acid house, ya que en él descubrieron que el sonido del propio secuenciador era nuevo y poco usado. Su corte de frecuencia es un clásico entre los sonidos de la música electrónica actual. Su limitado patronaje —que permite hacer así de una secuencia algo perdurable hasta la saciedad y la ingestión de drogas sintéticas por parte del oyente, productor, músico o danzarín— hizo que el acid house se prodigara como la pólvora por todos los rincones del mundo, haciendo feliz desde propietarios de discotecas hasta envasadores de agua mineral.

Punk, ¿qué punk?

La Gran Bretaña de mediados de los 70 no era un lugar muy acogedor. La situación económico-social se saldaba con un alto índice de paro y un gran número de manifestaciones de personas descontentas por cómo marchaba el país. La crisis estaba ya en marcha, no había vuelta atrás. A nivel musical, la cosa tampoco estaba muy boyante. Grandes artistas rockeros consagrados que ya no decían nada habían cambiado la rebeldía por mansiones en fastuosas campiñas. Pero una juventud inquieta estaba asentando sus bases en locales de ensayo de los suburbios de Londres y promulgaban el 'Do It Yourself' (hazlo tu mismo). Si tienes algo que contar, pero no sabes interpretarlo con un instrumento, da lo mismo. El caso es hacerlo con el descaro más grande y con el ruido más ensordecedor. Pero había que decirlo. El punk se caracteriza por una actitud agresiva ante todo. Todo lo establecido está mal, y todo lo que vendría luego, también, el tan cacareado 'No Future'. El nihilismo y la anarquía individual eran las premisas. Una actitud con poca proyección de futuro, pero el futuro era tan negro que no querían pensar en ello para no difuminar su realidad presente.

El punk recupera el sonido crudo y básico de las bandas de Detroit de finales de los 70 como son los MC5 y los Stooges de Iggy Pop. La actitud sobre un escenario ha marcado a los artistas de este género. Todos demostraban una gran hostilidad hacia su público haciéndole partícipe de las actuaciones y llevando a extremos cualquiera de sus shows (redadas policiales, detenciones, reyertas, peleas...). Y si sumamos a todo esto lo sensacionalista que es y era la prensa británica, el movimiento punk subiría como la espuma. Las discográficas estaban ávidas de novedades, querían fichar a cualquier precio a esas bandas de punk que tanto pedía la gente. No les importaba el movimiento, su meta era otra: el negocio. Se toparon con un grave problema, que la mayoría de estos jóvenes no tenían vocación de artista. Lo suyo era gritar a los cuatro vientos lo mal que estaba todo y lo mal que lo estaban pasando. Un grito individual, sin mayor trascendencia, un berrido con eructo incluido a la cara de la Reina Madre (con todos mis respetos) por lo mal que estaba el país.

Y si no es a la Casa Real británica, es a la familia, al jefe, al profesor, a las bandas rivales o las compañías de discos. Insisto: el caso era quejarse de tu entorno. De alguna forma, las disqueras tenían que controlar esa avalancha contracultural que se les venía encima. No podían dejar escapar esa oportunidad de hacerse de oro con un chollo así. Los grupos punteros del momento hicieron el paripé de firmar contratos que luego no llegaron a cumplirse por ambas partes. Otras bandas optaron por la autoproducción, editarse ellos mismos sus propios discos. Eso fue un hecho bastante relevante a la hora de difundir la cultura, ya que no estaban pendientes de decisiones de directivos de corbata que iban en contra de sus principios y en contra de su forma de pensar. Esa libertad de vender la cultura bajo otro punto de vista hizo que muchos cimientos de la economía se tambalearan y se crearon nuevas vías de distribución y divulgación ajena a las establecidas.

La muerte del punk tuvo sus dos momentos grandes: 1) La presentación del largometraje de Rock'n' Roll Swindle y 2) La muerte por sobredosis de heroína de Sid Vicious, tras haber matado a su novia yonki, Nancy, en un arrebato de celos y brotes psicóticos.

Nuestro país a rebufo y tarde

Todas estas crisis afectaron de una forma u otra a España, pero de forma puramente estética. Nuestros ojos siempre están mirando hacia capitales culturales más allá de nuestras fronteras. No creo recordar que alguna crisis nuestra haya conllevado una sacudida cultural. Todas venían tarde y siempre de fuera. No hay nada mejor que copiar símbolos e iconos culturales asentados en otros países. Se les cambia de nombre, y lo hacemos un poco más cañí y ya es nuestro. Ni siquiera la cultura propia creada durante el primer lustro de los años 80 la llegamos a asimilar. Todo nos parecía tan divertido que no llegamos nunca a creérnoslo del todo. Este es el típico caso de falta de confianza en lo que hacemos. Un poco de chauvinismo, sólo un poco, francés no nos vendría nada mal.

¿Puede haber una respuesta cultural a la crisis que estamos viviendo? Con toda franqueza te contestaría que no. Estamos sumisos a un estado de bienestar social que muchos de nuestros antepasados no llegaron ni a soñar. Y eso lleva a convivir con una dulce monotonía cultural que difícilmente consiga desmembrarse. Me cuesta imaginar algún cantautor quejarse de lo cara que tiene su hipoteca o lo mal que va la economía de este país. No, la revolución cultural llegará en otro momento, en otra recesión económica. Mientras tanto, disfrutemos de lo poco bueno que nos da la inmensa cultura del siglo XXI, que para poder encontrar algo que merezca la pena tengamos que pasar una crisis... nerviosa.