Quienes conozcan la existencia de la Sociedad para el Fomento del Vicio, en la que todos hemos hecho méritos en alguna ocasión para tratar de formar parte, seguramente hayan tenido noticia de las actividades de la Sociedad de Entendidos en Materia de Asesinatos —que no de incentivo del mismo—.
La inmensa reproducción de la portada de El Destripador que se desplegó en pleno centro de la ciudad, más por razones artísticas que mercantiles.
Fue dada a conocer por Thomas De Quincey en un artículo cuyo título hemos tomado prestado para bautizar el nuestro, y en cual hacía públicas sus secretas, morbosas y estéticas actividades con la virtuosa intención de hacerla desaparecer. Gracias a la conferencia con la que el novelista inglés pudo hacerse y logró publicar, supimos que dicha organización se dedicaba, sin ánimo de lucro, al estudio minucioso de las posibilidades del asesinato, construyendo con ello una historiografía de la muerte en manos ajenas. Sus miembros practicaban, temo decir que casi con devoción, la admiración estética de toda clase de derramamiento de sangre en el que brillara el ingenio y el gusto artístico.
Nada más lejos de nuestra intención que alabar dichos comportamientos, pero pensando en el éxtasis sexual como en una pequeña muerte durante la cual desaparecen las limitaciones de la carne y la discontinuidad entre los seres participantes del jolgorio amoroso, podrían encontrarse ciertas similitudes entre el calor que conserva un cuerpo después de hacer el amor y el que desprende, poco a poco, y hasta desaparecer, la víctima de una buena novela negra. Si algún día se hicieran públicas las actas de los sucesivos congresos de la Sociedad de Entendidos en Materia de Asesinatos, seguro que encontramos estudios al respecto. Pero lo que es seguro es que al igual que uno pude hacer el amor de forma chapucera y neutra, o convertir ese deseo en una actividad merecedora de formar parte del programa de alguna asignatura de la licenciatura de Historia del Arte, algunos han visto en el arte de blandir el puñal y desenfundar la pistola toda una virtud.
Todas estas afirmaciones —absolutamente execrables desde el punto de vista moral— no son en absoluto gratuitas, sino que tienen su raíz en una noticia editorial que bien podría encontrar su origen en el texto de De Quincey , 'Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes', publicado originariamente en la primera mitad del siglo XIX, y que demostraría que la pretensión del escritor inglés de disolver silenciosamente la Sociedad a la que hace referencia fue un intento fallido, porque hasta hoy día siguen apareciendo rastros de su actividad.
Robert Desnos, adormilado, procedente de un sueño poético.
La posible pista sobre la continuidad de su labor nos la proporciona la editorial Errata Naturae al publicar un hermoso y terrible libro: 'El destripador'. Su autor, Robert Desnos , quien fuera profeta del sueño surrealista, atraído irresistiblemente por todas las desviaciones de la conducta humana y por un brutal crimen en el Saint-Denis de los años 20, se dedica a analizar los crímenes atribuidos a Jack el Destripador en las calles del Londres victoriano de hace décadas.
Seducido por el horror, describe una a una las víctimas del asesino con un lenguaje de forense terriblemente conmovedor. La frialdad de los hechos, contrasta poéticamente con la ternura de los cuerpos aún calientes, en los cuales aún puede rastrearse la belleza de ciertas posturas similares a las del sueño o los arabescos que el cruel Jack dibuja con su arma en el cuerpo de las víctimas, al igual que un artista firma en la esquina de sus lienzos.
Los datos más escalofriantes consiguen llenar estas páginas de Desnos de una rara emoción, de cierto lirismo teñido del escarlata brillante de la sangre derramada sobre el gris de las calles londinenses. Bajo su supuesta apariencia de 'gentleman' de cuidado aspecto y buenos modales, se oculta un genial asesino de inusitada destreza, conocedor de la anatomía humana de forma similar a la que un 'maître d’hôtel' despieza un pollo asado: Jack el Destripador tarda tan sólo dos segundos en cortar el cuello de su víctima, cinco minutos en darle al crimen todo su horror, y luego apenas un instante para contemplar su obra antes de irse.
Las ilustraciones que David Sánchez ha hecho de las mujeres acuchilladas y destripadas convierten este libro en pieza de estudio y disfrute de los miembros de la Sociedad de Entendidos en Materia de Asesinatos, de la cual bien podría formar parte el anónimo personaje que Robert Desnos conocerá al final del libro tras un encuentro inesperado y maravilloso, tan del gusto surrealista: "Las extrañas revelaciones hechas a París-Matinal por un amigo de Jack el Destripador".
Sin duda, esta Sociedad que considera ciertos asesinatos un arte y hace de su estudio una ciencia debe seguir reuniéndose en algún sótano anónimo para hablar de sus monomanías mientras beben siniestros licores y se recomiendan alguna que otra novela negra. Si alguno de sus miembros suele leer nuestros artículos, no quiero perder la oportunidad de aconsejarles también la lectura de la última novela publicada por el esteta John Banville bajo su pseudónimo de acción, Benjamin Black . 'El lémur' (Alfaguara, 2009), sin ser una novela sometida al género detectivesco, está concebida para encantar y para enganchar al lector por su lenguaje y desde el momento en que el joven genio informático que ha sido contratado para investigar el pasado de William Mulholland, "el gran Bill", con el fin de recabar información para una biografía, aparece muerto: un disparo de Beretta en el ojo que consigue revolver el pasado.
* Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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