Mujeres enmadradas

Sus expectativas sobre el matrimonio no se están cumpliendo, aunque, según ella, por fortuna cuenta con su familia, con la que mantiene muy buena relación, especialmente con su madre. Cree que seguramente si la relación con el marido la llenara más, quizá le compensaría estar menos con su familia y más con su pareja… No piensa que a lo mejor su vida en pareja ni siquiera ha tenido una oportunidad. Le parece normal pasar prácticamente los fines de semana entre la casa de sus padres y la de su abuela materna. Esto no le extraña, al contrario, lo percibe como lo normal, actúa de la misma manera que ha visto hacer siempre a su madre con su abuela. De su relación de pareja dice: "Nos queremos y el sexo funciona bien... si no estamos enfadados, cosa que cada vez es más habitual". No se da cuenta de que su marido se encuentra totalmente excluido de su mundo. El caso es que ella dice que no se siente querida como espera y se refugia en las mujeres de su familia: su madre y abuela, a las que adora. Su padre es aquella sombra ausente.

M. A. Martín

Recordamos otra joven pareja que relataba en consulta que justo llegando del viaje de luna de miel, ella quiso ir directamente a casa de su madre; necesitaba de manera imperiosa estar con ella de nuevo. Pese a disponer la pareja de un piso perfectamente montado y equipado, a su recién estrenado esposo le comenta que ya tendrán tiempo de verse entre semana, que este fin de semana quiere estar con su madre. No sabemos si casos como éste contribuyen a la negativa influencia que se atribuye a las suegras. Obvia decir que hay suegras y madres encantadoras, pero alguna que otra hacen sus pinitos para el título de brujas.

Los guiones familiares pasan factura y vemos cómo algunas mujeres caen en las redes de esas madres absorbentes, en detrimento del vínculo con el hombre elegido como padre de sus hijos, al que progresivamente van marginando de su mundo íntimo; como sus madres marginaron a su padre. Se enrocan en una intimidad en la que sólo caben su madre y otras figuras femeninas, como hermanas, abuelas y tías; pero no el esposo, al que mantienen en un segundo plano emocional. No son conscientes del proceso sutil pero tenaz de marginación al que van sometiendo al hombre, cuyas opiniones, comentarios, gustos, aficiones, son tenidas por secundarias y supeditadas al cómplice consenso que fácilmente encuentran con su madre e hijos. En esta suerte de gineceo, conforme los niños van creciendo, estas madres suelen privilegiar la comunicación con las hijas más que con los hijos varones.

Con frecuencia, el excesivo apego a la familia de origen actúa como barrera para el desarrollo personal y social de la persona. Investido de valores como el amor a la familia y el comportamiento adecuado de una buena hija (o hijo, aunque es más frecuente entre ellas) lo que en realidad se perpetua es un guión familiar cerrado en sí mismo, que actúa como forma de defensa frente al mundo exterior, llegando a convertirse en un repliegue neurótico frente a las oportunidades de la vida. El problema puede pasar inadvertido hasta que tienen pareja, y especialmente cuando se casan; a partir de ese momento, el conflicto comienza a hacerse patente. A él siempre le hacen ver que no forma parte de la familia de origen y aprovechan cualquier ocasión para resaltar diferencias, utilizando, entre bromas y veras, términos como el 'agregado' para dejar claro cual es su lugar.

El desarrollo evolutivo nos lleva a ir pasando de la familia de pertenencia a las figuras de referencia. De la familia en la que nacemos, a las personas que elegimos. Esto no quiere decir que tengamos que desentendernos de nuestros vínculos familiares, pero cada figura desempeña su papel en función del desarrollo psicoafectivo. La madre tiene una importancia fundamental, especialmente en la primera infancia, pero la integración de otras figuras significativas de apego es fundamental para nuestro equilibrio afectivo.

"Los casados casa quieren", dice el refrán, pero esta sentencia no parece hacer mella en los casos citados. Cuando las relaciones con las respectivas familias de origen suponen una interferencia en el fluir de una saludable relación, es momento para que la pareja aclare la situación. Sabido es que la comunicación y el apego son la base de las relaciones. Y que se pone en riesgo la relación de pareja cuando ésta se ve apartada progresivamente, mientras se fomenta la que se establece con otros, aunque sean familiares. La pareja la elegimos para compartir nuestra vida y es vital que mantenga su privilegiado estatus de proximidad, intimidad y complicidad, si queremos una vida de feliz disfrute.

¿Has tenido alguna vez la impresión de que la relación con tus padres —o alguno de ellos— ha supuesto una interferencia en tu relación de pareja? ¿Te parece que eso le ha sucedido a tu pareja? ¿Has conocido casos de parejas que te recuerden lo expuesto?