Lo que se esconde debajo de la arena de playa

Cribar la arena que supere los 2 milímetros de grosor y sustituirla por materiales de cantera de menos 0,6 milímetros. Ésta es una de las medidas que se prevé llevar a cabo este año en la playa de Camelle (A Coruña). El objetivo es regenerar esta ribera de mar de forma artificial para convertirla en una zona de uso turístico. El Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (MARM) asegura que esta playa de origen fluvial "presenta poca afluencia, pero posee mucho potencial para su uso lúdico debido a la tranquilidad de sus aguas".

El acondicionamiento de esta playa, de 300 metros de longitud y situada en el municipio coruñés de Camariñas, supondrá la criba de unos 42.920 metros cúbicos de arena, para añadir después, a base de camiones, otros 9.500 metros cúbicos. Se calcula que la inversión total superará los 930.000 euros.

Éste es sólo un ejemplo más de cómo se está transformando nuestro litoral. También en Coruña, concretamente en Rianxo, se han invertido más de nueve millones de euros para rellenar la playa con arenas de cantera y de extracción marina, además de crear nuevos espigones para evitar que la tierra se vaya.

Lo habitual es que la arena utilizada para estas regeneraciones proceda de áridos extraídos del cauce de los ríos o bien de los propios fondos marinos, donde la tierra es de una mayor calidad. Sin entrar en un debate ambiental sobre las causas que nos han llevado a esta situación —como la construcción del litoral o el embalse de ríos que retiene las arenas—, la extracción de la arena del fondo del mar destruye los ecosistemas marinos. Estos actúan como bosques maduros, pues la vegetación marina produce materia orgánica, oxigena el agua y ofrece alimento, refugio y áreas para la reproducción de diversas especies, además de proteger la línea de costa de la erosión al reducir la fuerza de las corrientes y mareas. Su destrucción afecta, entre otras cosas, a la pesca local.

Algunas iniciativas de regeneración de playas pretenden instalar cuñas de hormigón a varios metros de la línea de costa para impedir la pérdida de arena. Tal vez la arena sea así retenida, pero arrojar toneladas de hormigón al fondo marino supone una clara agresión a los ecosistemas, modifica las corrientes marinas, el transporte de nutrientes para flora y fauna, y dificulta aún más la acción natural del mar por la que se crean las playas (procesos de erosión, transporte y sedimentación). De hecho, la Unión Europea ya ha expedientado a España por realizar extracciones de arena en yacimientos submarinos destruyendo especies protegidas como las praderas de Posidonia Oceánica que se encuentran en regresión y son fundamentales para conservar la biodiversidad del Mediterráneo.

Y es que algunas playas, como las valencianas, requieren ser rellenadas cada año —La Safor o Bellreguard por ejemplo—. Un estudio de la Universitat Politécnica de València sobre la dinámica del litoral defiende que, "la alimentación artificial de las playas es una medida inevitable pese a que se sabe que la arena seguirá desapareciendo con el tiempo y serán necesarios nuevos aportes artificiales". Ante esta situación, los ecologistas proponen soluciones como proteger las dunas, conservar la vegetación marina o establecer una moratoria en la construcción de barreras físicas para la deposición de la arena, como son los nuevos puertos deportivos, o los paseos marítimos que aprisionan la arena bajo el hormigón.

¿Cuánto cuesta regenerar una playa? Se calcula que el coste de acondicionar un kilómetro de costa supera los seis millones de euros, a lo que hay que sumar el coste de la arena y su traslado. Por ejemplo, regenerar la playa de Matalascañas puede costar hasta 15 millones de euros. Con todo, la organización ecologista de Greenpeace afirma que la Dirección General de Sostenibilidad de la Costa y el Mar, dependiente del MARM y encargada de llevar a cabo estas actuaciones, se gasta el 60% del presupuesto en estas regeneraciones.

En definitiva, rellenar nuestras playas de arena y turistas conlleva un alto coste ambiental que no se está teniendo en cuenta. Por lo tanto, valdría la pena valorar los millones invertidos que, junto a la arena, se llevan cada año los temporales.

* Amanda del Río es ambientóloga y trabaja en la Fundación Global Nature

(Las conclusiones y puntos de vista reflejados en este artículo son responsabilidad únicamente de su autor y no representan, comprometen, ni obligan a las instituciones a las que pertenece).