Al escuchar prestamos atención a las leyes físicas del sonido. Cuando escuchamos música atentamente, nos fijamos en el tiempo y en el espacio de cada nota, debemos crearnos una experiencia propia de la progresión del tiempo o de la ilusión del tiempo que transcurre en el interior de aquello que escuchamos. Porque no basta con oír, al igual que no basta con mirar para poder ver. 'Escuchar' es 'oír' acompañado del pensamiento. El poder del oído entonces se hace perceptible cuando el sonido es diseñado intencionadamente como acompañamiento de un fondo, tal y como sucede en el cine, donde las bandas sonoras por sí mismas son capaces de hacernos entender, incluso con anterioridad a que se produzcan, cierto tipo de escenas.
Nueva York, símbolo de la metrópoli contemporánea.
Nos hemos vuelto cada vez más insensibles a la información que recibimos a través del oído, sin valorar la variedad ni la calidad de sonidos que diariamente percibimos, y que condicionan sin duda nuestra existencia. Se ha hablado mucho del problema de la 'contaminación acústica' de nuestras ciudades, la expresión 'audible' de su actividad cultural y económica, y por tanto de su vitalidad, esa resonancia constante que a menudo se transforma para la percepción en un ruido metálico que nos irrita y nos desequilibra. A este respecto se han estudiado multitud de ciudades y se han elaborado sus correspondientes 'mapas acústicos' que nos han ayudado a localizar y a cuantificar los aspectos de este fenómeno propio de nuestra época.
Pero el asunto del sonido urbano no debería estar únicamente referido a temas de contaminación. Ya en los años 60, el compositor canadiense Murray Schafer expresó el problema con total claridad y constató una pérdida progresiva de la identidad acústica en los asentamientos humanos, dado que la barrera de ruido indiferenciado que reina en muchos lugares conduce a la desaparición de las formas acústicas, de la riqueza estética y de la superposición espacial de sonidos de distinta profundidad.
En nuestra sociedad postindustrial, la ciudad tiende a sonar igual en todas partes. Las calles y plazas de la urbe hacen cada vez más difícil que uno se pueda orientar con ayuda de informaciones sonoras y se pueda identificar con un lugar
Al igual que la percepción visual va dejando 'huellas' en la retina de nuestra propia historia, identificando los lugares, los espacios y la arquitectura que han ido jalonando las distintas etapas de nuestra vida, sucede lo mismo con los recuerdos acústicos. En efecto, antes de que sobreviniera la industrialización total y se generalizara el uso del automóvil, la ciudad se hallaba estratificada acústicamente en un primer plano, un segundo plano y un fondo, que podían diferenciarse. Por ejemplo, en el primer plano se oía la conversación que uno mismo llevaba a cabo, en segundo plano los pájaros del jardín, o el fabricante de la esquina, o el mercader de la plaza, y en el fondo las campanas de las iglesias. Antes de la industrialización total, cada ciudad, cada barrio, podía ser reconocible por su sonido.
Con la globalización y nuestra sociedad postindustrial, la ciudad tiende a sonar igual en todas partes. Las calles y plazas de la urbe hacen cada vez más difícil que uno se pueda orientar con ayuda de informaciones sonoras y se pueda identificar con un lugar. Los famosos 'no lugares' de Marc Augé resultan mucho más claramente evidentes en su componente sonora. En ellos sería imposible percibir con el oído el espacio construido, el tiempo y la cultura local. El World Soundscape Project, iniciado por el citado Murray Schafer, así como otras iniciativas, han abogado a nivel mundial desde los años 70 del siglo pasado por la creación de un entorno sonoro favorable. Dado el predominio de lo visual en nuestra época, su tarea no es fácil. En las tres décadas transcurridas desde que comenzaron estos proyectos, se han llevado a cabo extensos estudios de las atmósferas sonoras de las ciudades. Artistas como Max Neuhaus, Bill Fontana, Christina Kubisch, Ulrich Eller, Ros Bandt, Andres Bosshard, Robin Minard, Bill y Mary Buchen, Sam Auinger, Bruce Odland, entre otros, han señalado con instalaciones sonoras e intervenciones musicales los problemas existentes y presentado propuestas para la remodelación acústica de la ciudad. En concreto, Andres Bosshard ha planteado en ciudades como Florencia o Zurich la posibilidad de jardines acústicos, que interactúan con los ciudadanos y se transforman según las estaciones del año, evolucionando lentamente.
Los arquitectos y diseñadores podrían aportar multitud de ideas que no fueran únicamente encaminadas a la reducción de ruido, sino incluso a la integración o la producción de este ruido de forma cualificada
La verdad es que los arquitectos y diseñadores de la ciudad podrían aportar en este campo multitud de ideas que no fueran únicamente encaminadas a la reducción de ruido (único aspecto sonoro que ha sido hasta ahora objeto de atención) sino incluso a la integración o la producción de este ruido de forma cualificada, incidiendo en el mismo desde el punto de vista de su reverberación, su repetición o su textura, contrastándolo con otras emisiones sonoras que se podrían tener en cuenta en el planeamiento urbano desde un principio. Está por hacer, en este sentido, la cultura acústica del urbanismo, por no decir la cultura acústica en general. A la asimilación del 'collage' visual, signo inequívoco de nuestra civilización, deberíamos añadir la asimilación y el estudio de lo que significa el 'collage' sonoro.
Escuchar implica pensar, y escuchar las ciudades significaría una buena disposición para entenderlas en toda su complejidad. Las ciudades hablan de lo que son a través de su imagen y de sus arquitecturas, pero también, y muy intensamente, a través de sus sonidos. Y si tan elocuentes son los códigos visuales que se instauran diariamente en nuestra percepción proporcionándonos cantidades ingentes de información, así lo son también los códigos sonoros, que nuestra escasamente desarrollada cultura auditiva nos impide descodificar e interpretar con la misma intensidad. La comprensión y la vivencia adecuada de nuestros espacios y nuestras ciudades estarán siempre mutiladas si no conseguimos familiarizarnos con su lenguaje sonoro. El sonido nos enseña que el pensamiento lógico y las emociones intuitivas están permanentemente unidos. El sonido, en definitiva, nos enseña que todo está relacionado.
* Javier Boned Purkiss es doctor arquitecto y uno de los miembros de la incipiente escuela de Málaga.
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