Hacía falta un premio en familia. España se había recuperado del landismo y buscaban los cómicos un poco de calor en casa, y los Óscars estaban por la ciudad de los naranjos, donde la gente va de esmoquin y tiene casa en Malibú. Hacía falta una peana para levantar los nombres de Sacristán, de Pepe Sancho, del mismo Landa, para acercarlos un poco más a Charlton Heston y a otros que hicieron de vaqueros folladores.
Seguro que en la gala habrá quien suelte la gracia de "Cuanto pesa mi Goya"
Había que inventar un premio, ¿cómo diferenciar si no a los oficiales de los malditos? Los garcis y arandas por un lado, y los erices y los zuluetas. Todos encuentran su acomodo en los entornos del Goya, en su umbría cultista o en su celebración, en su flash. Todos sabemos que cuando un hombre sube ahí es un triunfador, aparte de todo.
Yola Berrocal dijo en una ocasión que haría lo que fuera por un Goya. Berrocal pensaba entonces en todo el triunfo que conlleva el sarao, aplausos y sostener temblando un folio con agradecimientos mientras se sube por una escalera. Se diría que entonces suben las actrices por una pirámide azteca y que reciben arriba un sacramento de sangre. Arriba está el busto torvo y caviloso de Goya, una estatuilla que es más bien estatua o catedral plateresca.
Un Óscar es una cosa aséptica, un monolito extraterrestre, el botín de un robo, una cosa limpia y lucida, lleno de brillos como las películas de los ochenta. Los Óscars se venden en las tiendas de todo a cien. Alguien podría encontrar un Óscar en el estuche de una pervertida. Evoca el triunfo, el lujo, el sexo interracial y los tres divorcios. Nos morimos por un Goya como la Berrocal, pero más nos morimos por un Óscar. Los Goya son la maqueta de un triunfo.
Los Goya sobre todo prometen un Óscar si uno se porta bien, son como el Niño Jesús y los Reyes Magos. Cualquiera diría que el monolito evocador de los americanos es más portátil, pero no, pesa cuatro kilos, frente a nuestro Goya y Lucientes de tres, un peso bastante indócil también. Debe hacer mucho daño que le lancen a uno un Óscar, por su peso, pero el golpe es limpio, áureo.
La estatua más liviana del Goya tiene esquinas, su factura, más historiada, puede hacer algún agujero con sus esquinas de diamante en la cabeza de alguien (un caco, por caso). El Óscar es flamante en una vitrina, pero nuestro premio también luce. Uno puede además lucirse con la política. Como no hacemos buen cine nos lo curramos con la cosa pública. Hasta Zapatero va a los Goya, cansado ya del foro viejo del Congreso porque igual la izquierda, creativa, le cuenta historias provechosas.
Los Óscars se venden en las tiendas de todo a cien. Evocan el triunfo, el lujo, el sexo interracial y los tres divorcios.
Por lo menos los actores son socialistas que siguen llevando pana y coderas. Así Zapatero va con su mujer como un rey que baja al mercado a que le digan a cuánto está la ideología y a celebrar el premio si es que se ha visto la peli. Pero sabemos que también a veces salta el ruido y la furia, y, si acaso, el titular. Ya sabemos de la AVT, que se personó en malencarada comitiva contra Médem. Denunciaban ellos las tendencias nuestro trascendentalista Michael Knight, denunciaban sus paralelismos. Se oyeron mucho las dos palabras ("problema", y "vasco") bien juntitas en aquella gala. Y se hizo la contraguerra a los aviones de Bagdad. Luis Tosar dijo sus cosas. La proclama ha acercado los premios nuestros también al Nobel, premios de anual discurso fino. Esta gala benéfica aumenta el glamour, si lo hubiere (¡esa palabra para los franceses!), y mima a los actores, que ya se sabe que en España al comediante no se le deja ponerse serio fuera del personaje, colgados como están de la subvención.
El que es malo será igualmente malo, el bueno, bueno se queda, pero así algunos se llevan juguete y se relamen en casa con el aplauso. Pero quizá mañana hay que estar con los nominados, obligados como están a sonreír cuando otro les arrebata el Goya, estatua y monumento, lumbre hermana de los cómicos. Uno cuando gana un Goya tiene triunfo y tiene amigos. Tiene quizá política. Tiene más caché para la siguiente película. Ahora, eso sí, se debería procurar que la película premiada no sea un costumbrista montón de mierda.
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