BERLÍN (ALEMANIA).- Os confieso que a mí no me gusta demasiado la Navidad. Encuentro tonto todo el rollo de los regalos y los atascos en el centro de las ciudades. Voy a decir algo impopular, pero tampoco me gustan los árboles disfrazados. Sin embargo, la semana pasada me pasó algo curioso. Volvía de una conferencia de prensa en la Potsdamer Platz, una de tantas cosas inútiles y aburridas que de vez en cuando toca hacer en lugar de trabajar de verdad, y decidí con un colega parar en la Gendarmenmarkt, una maravillosa plaza muy céntrica, para ir a ver una chocolatería, según dicen, la más grande del mundo.
Al salir, me di cuenta de que habían puesto una gran instalación y decidí acercarme. Se trataba del Wheinachtsmarkt, uno de los mercados de navidad típicos de Alemania que aparecen como hongos en todas las plazas de todas las ciudades, cuando aparece la primera nieve. Me animé a entrar.
Los objetos de lana, las cosas más inútiles de madera, las bufandas, los guantes, las gorras, las pantuflas, en lugar de causarme el rechazo de siempre, me recordaron el calor.
Por lo que entendí se trataba de una versión muy pija del normal mercado de navidad. Algunos restaurantes famosos de la zona, como el Lutter und Wegner (donde, también, dicen, iba a comer Hegel), tenían su puesto con su personal versión de los productos típicos. Compré un vaso de gluhwein, el vino tinto aromatizado y caliente que te suelen servir en estas ocasiones.
Terminé de un puesto a otro probando quesos, mermeladas, exquisiteces varias… hasta dejarme seducir por el olor final del bratwürst, que según el vendedor no tenía razón de ser comido si no acompañado de una cerveza.
Abandoné el mercado con una sonrisa tonta de oreja a oreja, amando la navidad y a los transeúntes de la Friedrichstrasse. Y preguntándome si Hegel, quizás alguna vez, también se había dejado llevar por aquellas luces y sabores.
Más allá de la experiencia mística, si uno vive en Berlín no puede no hablar del mercado de navidad. Es como vivir en Italia y no hablar de Berlusconi. Pues ambos, en sus países, están por todos lados.
En la Sophienstrasse hay un mercadillo de productos biológicos. En Alexanderplatz hay uno gigante. En Potsdammer Platz no sólo te encontrarás con las pequeñas casitas de madera que hacen este mercado alemán famoso en el mundo, sino que también han construido una pista de esquiar de verdad.
Es más. Según Der Spiegel, Alemania no sólo es el mayor exportador de bienes mundial, sino que también lo es precisamente de mercados de Navidad. Al parecer la historia es que, hasta los años ’90, para ver uno de estos mercados tan típicos no había otra opción más que viajar a Alemania o Austria. Las cosas cambiaron cuando un alemán ingenioso, Edith Lovegrove, casado con una mujer inglesa, decidió fundar una compañía, la XmasMarkets, para llevar los mercados al exterior.
Según contó este señor a la revista alemana, este tipo de negocio no está afectado por la crisis. Cada vez más ciudades lo piden. Él tiene tanto trabajo que tuvo que poner a trabajar también a sus hijos y cuñados. Y este año el mercado alemán ya está en Chicago, Moscú y San Petersburgo. Por no hablar del Reino Unido, un país en particular totalmente adicto, XmasMarkets pone mercados alemanes por todos lados. En Birmingham es donde la cosa se ha puesto más fuerte: el año pasado el mercado alemán fue visitado por 2,2 millones de personas y estimuló la circulación de aproximadamente 197 millones de euros.
Aún viviendo en Berlín, y a pesar de aquella vez, no me he convertido todavía al mercado. Pero quizás, solo para este año, lo detesto un poco menos.
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¿Qué sería de Alemania sin sus productos biológicos? +
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