Una primera dama tan envidiada por los fans y adorada por su marido como la musa de la famosa canción de los Beatles. 'La roca', como la ha definido Obama, concentra los tres poderes de la mujer actual: madre, amante y profesional -por riguroso orden de aparición-. Orgullosa de pertenecer a la clase trabajadora, promete velar porque el presidente no pierda el norte. Michelle amenaza con enderezar el sistema educativo mientras juega con la moda para transmitir un mensaje fresco y desenfadado, en las antípodas de sus predecesoras.
La entregada imagen por la que Michelle y sus estrategas han apostado.
Acumula puestos en todas las listas de las mejor vestidas. Se deja querer por el Vanity Fair, Ebony, Vogue y cualquier revista de moda que quiera cortejarla -y todas la desean en sus páginas, por supuesto-. No importa que Carolina Herrera, Oscar de la Renta o Calvin Klein no se encuentren entre sus modistos de cabecera. Los popes más fashion han tenido que tragar con sus diseñadores desconocidos y sus grandes collares de perlas falsas. Cuando hasta el Financial Times se interesa por el atuendo que eliges, no queda otro remedio que usar el guardarropa como altavoz. Si eso es lo que los medios, incluidos los más sesudos, buscan habrá que utilizarlo como arma de comunicación.
La elección de cada vestido se ha convertido en una declaración de intenciones, inteligentemente premeditada. Como cuando apareció en el exitoso show televisivo The View, en el que un quinteto de maduras mujeres entre las que se encuentra Whoopi Goldberg charlan con un invitado, con un sencillo vestido estampado en blanco y negro de 148 dólares, firmado por Donna Ricco, adquirido en los almacenes White House/Black Market, que rápidamente se convirtió en un bestseller de ventas. Por supuesto, lució un escote abierto y sus característicos brazos desnudos. Porque Michelle sabe que posee unos hombros que son ya un sello personal. El mensaje estaba más claro que el agua. Con una crisis tan devastadora, no se puede derrochar en trapos aunque tengas compromisos -cientos de comparecencias públicas y decenas de analistas bisturí en mano- que pudieran justificar el gasto. No hizo falta que lo verbalizara, el gesto se captó de inmediato. Y las comparaciones con la fortuna que Sarah Palin derrochaba en vestuario surgieron inevitablemente.
Michelle con su vestido de 150 dólares que arrasó en View, el talk show que conduce Whoopi Goldberg junto a otras cuatro presentadoras.
Michelle LaVaughn Robinson, de 44 años, pretende transmitir una imagen limpia, moderna y asequible. Tan alta como su marido, con su más de 1,80 y con una talla 46 debido a sus rotundas caderas, encaja como un guante en el cliché del afroamericano medio. Hija de un matrimonio estable y humilde, creció en una casita unifamiliar de ladrillo rojo del sudeste de Chicago alentada por sus progenitores que se sacrificaron para que tanto ella como su hermano mayor pudieran estudiar en la universidad. Su padre, enfermo de esclerosis múltiple, logró ir arañando parte de su salario como empleado de la compañía municipal del agua para que ella se licenciase en Sociología en Princeton y en Derecho en Harvard. Su madre cuidaba de los críos y ejerce de abuela ocupándose de sus dos nietas, de 10 y 7 años, mientras sus padres cumplen con sus obligaciones. Las reflexiones de Michelle, recogidas en su tesis, sobre el ambiente poco integrador que vivió el prestigioso y blanco campus de Princeton, están hoy ocultas en su fondo de armario. No interesa que comentarios que meten el dedo en la llaga del racismo, como el que realizó en febrero pasado: 'por primera vez en mi vida adulta, estoy realmente orgullosa de mi país porque se siente que la esperanza está retornando', ocupen ni una línea. Quizá por eso la estrategia diseñada por su equipo ha apostado por destacar su aspecto y no profundizar en las ideas. La industria de la moda estadounidense ansía convertirla en la Carla Bruni de la Casa Blanca, aunque no parece su objetivo.
Michelle con María Pinto, una de sus diseñadoras de cabecera.
Ya habrá tiempo, para cambiar a Nicole Miller -cuyos diseños han vestido Angelina Jolie o Lily Allen, entre cientos de celebrities-, a Thakoon Panichgul (tailandés), responsable del vestido de cóctel de flores difuminadas con el que se abrazó a Obama el día de su nominación oficial como candidato demócrata, a Maria Pinto con su recién inaugurada boutique en Chicago, o a Isabel Toledo, la diseñadora de origen cubano a la que acude Michelle cuando quiere darse un baño de modernidad. Los planes para intervenir en la deficiente educación de la futura generación de estadounidenses son cuestión de tiempo. También se entendería que una profesional que se ha curtido en la gestión del Hospital Universitario de Chicago, cuyos ingresos superaban a los de su marido hasta que abandonó para dedicarse a la campaña, quisiera hincarle el diente al espinoso asunto de la sanidad.
Por ahora, Michelle aguarda su momento con sus bailarinas en los pies, sus cómodas prendas de GAP y su declarada vocación de madre y amante esposa. Una verídica realidad, por otro lado. Una vez convencida de que la seguridad de su familia está garantizada -su máxima preocupación y prioridad desde que decidió junto a su marido ir a por la presidencia-, no tiene prisa por explotar esa otra faceta laboral a la que no parece probable que renuncie. Para felicitar a esta afortunada entra en su Facebook.
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