Cuando se habla de crisis económica, la primera imagen es obvia: ejecutivos con corbata tapándose la cara, en gesto de infinita preocupación o desesperación. De ese imaginario popular se nutren las agencias gráficas de noticias y los bancos de imágenes para ilustrar el terrible momento en el que índices que no comprendemos golpean la vida cotidiana de todos nosotros. Salvo en algunos países.
Alemania: más de 82 millones de personas, la primera potencia exportadora mundial y la gran referencia europea en cuanto a industria pesada se refiere, desde maquinaria técnica industrial hasta automóviles de consumo. En el plano teórico, una verdadera víctima potencial de un terremoto bancario.
Bajo a comprobarlo. Vivo en el Este, en un barrio real, donde vive gente de verdad y no adultos atrapados en la postadolescencia perpetuando mitos de profesiones liberales 'cools'. En mi barrio viven directivos, obreros, familias con un más que digno poder adquisitivo, estudiantes. La normalidad que no vende.
Primera parada: el supermercado. En los tiempos de crisis el consumo se resiente en los bienes no básicos de consumo. Se establece el imperio del congelado sobre la verdura fresca. Observo los carros de la gente. Una inteligente mezcla de ambos. Como antes de que Wall Street fuera algo más que una película con Michael Douglas. Una reponedora me mira analizar los carros. Me acerco y le pregunto, como un mal periodista, si ha observado una caída en el consumo, o alguna variación desde que la crisis estadounidense saltó el charco. Frau Süßmilch se sonríe. "La gente sólo se volvió loca a comprar cosas que no necesitaba al principio de los 90 (cuando entraron los productos occidentales en la antigua Alemania del Este); desde entonces, las compras son muy equilibradas e inteligentes. Eso no va a cambiar ahora", afirma.
De acuerdo, Alemania, el país que inventó los supermercados de descuento (Aldi, Plus, Lidl) no por racanería, sino por inteligencia de distribución de recursos, está por este lateral cubierta de la crisis. ¿Por qué?
"Yo, desde que tengo uso de razón, estoy acostumbrada a no consumir demasiado. En el colegio nos enseñaban que el ecosistema es algo limitado, que no podemos abusar de él. Todos hemos aprendido que las cosas no se tiran; se reutilizan. Todos los supermercados promueven el reciclaje de bolsas al hacer pagar 15 céntimos por una bolsa de plástico. Regalar bolsas para que la gente las utilice indiscriminadamente como bolsas de basura es una atrocidad", comenta Anne. Ha escuchado mi pregunta a la reponedora. Salimos del supermercado mientras me habla de la sostenibilidad, del reciclaje, de la cultura occidental de usar-y-tirar. Exactamente lo mismo que llevo tres años escuchando. Nada ha cambiado. Su receta para la crisis es seguir haciendo lo que Alemania lleva décadas haciendo: ser responsable y trabajar.
Segunda parada: la tasca del barrio. Llamadas Kneipe, son locales diminutos inferiores a 100m2 (y en general, a 50m2), donde la parroquia local se reúne a beber cerveza y, en los barrios del Este, quejarse de un futuro mejor que apenas ha llegado. Lectores habituales del sensacionalismo del Bild y el BZ, tiran el periódico sobre la barra cuando menciono la palabra "crisis". El dueño de la kneipe hace un gesto de "otra vez no".
"¿A esto lo llamas crisis? Crisis es cuando el sistema que has conocido desde siempre se hunde; y ese sistema era imperfecto, claro, pero te garantizaba trabajo a ti y a tus hijos. Y una casa. Incómoda y fría, pero te la garantizaba. O lo de los años 20, con la inflación. Crisis es cuando tu país es absorbido por tus vecinos, que dicen ser tus hermanos. Pero tus hermanos nunca entran en tu casa, ponen los pies sobre la mesa y se beben tu café mientras te recuerdan que deberías estar agradecido, porque te están salvando de una dictadura. Crisis es que tu pasaporte no vale, tu dinero no vale, tu experiencia laboral no vale. Esto no es nada."
Hace una pausa, me mira fijamente y se carcajea.
"Perdona que haya sonado un poco... vehemente" -dice, midiendo el adjetivo-. "Me llamo Gunther. Es que leo tantas tonterías con la crisis... la gente no se da cuenta que estas cosas son bolas de nieve. Sólo irán creciendo cuanto más hablemos de ellas. Cada vez que abres un periódico, tienes reportajes de crisis. No dejas de ver especiales sobre la crisis, consejos sobre la crisis, crisis, crisis, crisis... Míranos a los alemanes -afirma, sonriendo, y eliminándome de la ecuación automáticamente-: reciclamos, exportamos, ganamos tres veces el mundial de fútbol, utilizamos la bicicleta y el transporte público, y cuando nos estresamos nos vamos a nuestro kleingarten a pasar el domingo. Hemos aprendido a vivir con lo que tenemos, y créeme, durante muchos años, para los que éramos de aquí [Este], esa era la única opción. Yo esperé siete años para que me dejaran poner teléfono en casa, ¿me voy a preocupar de esto? Seguiré como entonces, y como hasta ahora: me compraré lo que pueda comprarme y lo que necesite. Y ya está."
Apuro otra cerveza con él para no ser descortés. Salgo a la Berliner Allée. El tranvía pasa con puntualidad. Algo parecido al sol se abre paso entre las nubes. Los niños vuelven del colegio. Hay exactamente la misma preocupación que un día del año pasado. O la misma alegría.
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