Esta semana, Volpini y Etxea comentan la nueva película del hijo de Gabriel García Márquez, una de catástrofes aéreas. Y si todo apuntaba a que en un principio estaban de acuerdo y les había gustado a ambos, lo cierto es que, tras pensarlo cada uno por su lado, otra vez no hay acuerdo. Para Volpini, es una película "bien llevada, con toques desconcertantes", y para Etxea, "no es apta para mentes totalmente razonables, pero se puede ver".
Pegarse un castañazo en un avión tiene muy poca gracia. Y menos con los tiempos que corren. Yo, que además soy poco partidario de ponerle alas a mi vida cotidiana, tan a gusto en el suelo, ni lo mencionaría, pero es que 'Passengers' va de eso: avión que sufre un accidente y lo que pasa después de ese accidente. A veces el Doctor Etxea y yo nos comunicamos de palabra. Por ejemplo, si coincidimos en un pase: "¡Hombre, Etxea!" "¿Qué tal, querido amigo?" Entramos, nos sentamos, vemos la película y al salir nos miramos: "¿Bien?" "No, no: muy mal" "Ya tenemos película". No siempre. Esta vez sí. Y se da el muy curioso (y estimulante) caso de que a mí me haya gustado el planteamiento y aborrezca el cierre y a Etxea le haya sucedido exactamente lo contrario. Así que, si alguien quiere disfrutar de 'Passengers', que vea la mitad de la película con mis ojos y la otra mitad con los ojos de Etxea.
Para no destripar el argumento (espero que el Doctor Etxea no lo haga, pese a que tiene cierta tendencia a ello), la historia que nos cuenta Rodrigo García —no tan lejos de alguna propuesta en 'Nueve vidas'—, bien llevada, con toques desconcertantes que auguraban desembarco en buen puerto, resulta una tramposa inmersión en una pila de océano bendito, mucho menos interesante que sus predecesoras (prohibido citar títulos) en lo que está empezando a ser un género.
Somos pasajeros de altos vuelos. En el viaje de la vida, unos vienen y otros van. Algunos se enteran, la mayoría no. Los 'Passengers' de Rodrigo García —el hijo que cumple una de las vocaciones del autor de 'Cien años de Soledad'— tienen un accidente de avión. Ahí empieza todo. Hacer el duelo es difícil y su laberíntico trayecto puede torturar la mente de las víctimas. Es lo que les pasa a los supervivientes de esta producción que se mete en harinas trilladas. Especialmente tópica esa conducta manida del paciente que se resiste a la terapia e intenta seducir a la psicóloga. Muy mona —¿creíble? ¿por qué no?— Anne Hathaway. Ya el nombre nos suena a historia del cine. Los demás actores correctos, incluido Patrick Wilson, que va de enterado.
En un punto de la narración llega a ser irritante el suspense. Además, en estos tiempos que corren, resulta casi perverso y hasta oportunista su estreno. Se resiste el paciente y se resiste la compañía a reconocer fallos que derivarían en responsabilidades judiciales y luego económicas. Lo de siempre. Es fácil echarle la culpa al muerto y decir que hay profesiones de cuya responsabilidad depende la vida de mucha gente. Da pánico: con los valores por el suelo —no sólo bursátiles— de nuestro mundo actual.
Cuando a uno le empezaba a resultar repetitiva la acción, casi al final, la película da un giro inesperado. No es la primera producción que debe su éxito a ese cambio de sentido. Muchos se van a irritar —seguro que Volpini es uno de ellos— con ese giro. Algo suena a tomadura de pelo. Incluso podemos pensar que los productores — es una película de encargo más que idea del director— no sabían por dónde salir. Es una posibilidad. Ya sé que estoy hablando de forma un poco esotérica, pero es que, si ellos han decidido que se mantenga el suspense para explicar lo que les ocurre realmente a los supervivientes, no seré yo quien lo desvele. A mí, más que convencerme, es que me gusta que me propongan cosas imaginativas. Todavía recuerdo los viajes planetarios sin moverse del sitio de 'Desafío Total'. Soy un 'amateur de la aventura'. El desenlace, más o menos inesperado, de esta película que iba de 'thriller' aéreo la convierte en otra cosa. Es una fantasía que se puede permitir el cine. Para eso está el género que enarbola el Festival de Sitges, para proponer salidas a la existencia que nos den un poco de esperanza y hasta de morbo. No es apta para mentes totalmente razonables, pero se puede ver.
*Federico Volpini y Dr. Etxea son nuestros críticos de cine.
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