Suicidio y literatura. Muchos son los que se han ocupado de "los grandes impacientes" como los definió el escritor austriaco Stefan Zweig (los últimos, los amigos de 'Vacaciones en Polonia'). Una deserción que ha sido motivo de inspiración para libros maravillosos como la 'Agencia general del suicidio' de Jacques Rigaud o para grupos como la entente conocida como Suicide. Es difícil hablar de este tema sin generar algún tipo de debate entre los partidarios del derecho a la muerte y los que estigmatizan a éstos como heréticos asesinos. Estas discusiones por lo general basculan entre el discurso simplista de algunas asociaciones pro-vida y algo como muy sesudo e intelectual a lo Durkheim o a lo Camus. Por eso se agradece el tono desenfadado que emplea Jean Teulé en 'La tienda de los suicidas' (Bruguera), una obra ligera pero repleta de humor negro y que se devora fácilmente en un par de bocados.
Portada de periódico de época.
Las familias disfuncionales han dado mucho juego en el mundo de la literatura (sin ir más lejos la semana pasada les hablábamos de la saga de los formidables Kalandrian). En esta ocasión les queremos proponer un nuevo y original ejemplo con los Tuvache: una familia que ha venido ocupándose durante generaciones de facilitar el suicidio a todos aquellos que se acercan hasta su comercio, conocido como "La tienda de los suicidas". Para ello ponen a disposición de la clientela todo tipo de artilugios y brebajes que ayuden al cliente a abandonar este valle de lágrimas: estricnina (veneno que da nombre al dardo sónico que más ha hecho saltar a quien esto escribe), dagas para practicarse un harakiri, amanitas phalloides, sogas artesanales... todo aquello que sirva para cumplir con el lema del establecimiento: "¿Su vida ha sido un fracaso? Con nosotros su muerte será un éxito".
Sin embargo, como en toda familia, hay una oveja descarriada. Y ésa es Alan, el pequeño de la familia Tavuche, un alegre y risueño mozalbete que se empeña en ver siempre el aspecto positivo de la vida por muchos telediarios que sus escépticos progenitores le hagan tragar. Y mientras que sus hermanos Vincent —un atormentado esteta del suicidio— y Marilyn —femme fatale que suministra la muerte a través de sus labios— continúan la tradición familiar del "ars morendi", los padres no dejan de preguntarse qué pudo fallar para que el pequeño Alan haya desarrollado ese inquebrantable optimismo que poco a poco transformará a todos los que le rodean.
'La tienda de los suicidas' logra momentos ciertamente hilarantes, muy deudores en cierta medida del humor negro (y pelín cafre) de los años treinta como diría un amigo de los Infames. Es verdad que este librito podría dar vuelo a Tim Burton para crear una nueva familia Adams, sin embargo, el libro se agota en su misma idea inicial, pues más allá de lo original e irreverente del argumento, hay poco que contar. O sí lo hay, pero Teulé no ha sabido hacerlo.
La reciente muerte de David Foster Wallace y el centenario de Cesare Pavese han vuelto a poner sobre la mesa (de autopsia) la relación existente entre suicidio y literatura. De algunos casos ya nos ocupamos con anterioridad (René Crevel, Arthur Cravan y Adalbert Stifter... ), pero la lista de escritores a los que la vida se les hizo penosa podría ser extenuante y daría que pensar: Woolf, Hemingway, Levi, Brautigan, Zweig... Aquí van algunos nombres más que puede encontrar en la mesa de novedades:
*Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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A mi me gustaría apuntar el nombre de John Kennedy Toole, que se suicidó por sobredosis de CO2 del tubo de escape de su coche +
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