MARRAKECH (MARRUECOS).- Si nos atenemos al siempre útil diccionario, una plaza es un espacio urbano público, amplio y descubierto, en el que se suelen realizar gran variedad de actividades. Hay un lugar en Marruecos que va un poco más allá y que quizás tiene más en común con muchos teatros de barrio que con cualquiera de sus primas hermanas del globo. Se llama Djemaa El Fna, y en torno a ella baila una de las principales ciudades del país: Marrakech.
Las peculiaridades de Djemaa El Fna comienzan ya en su forma. He aquí una plaza que no es redonda, cuadrada, ovalada o rectangular, como cualquier plaza que se precie de serlo. Desde el aire, presenta una planta abstracta, lejos de cualquier forma geométrica definible, lo que en la práctica, una vez que uno se encuentra inmerso en ella, produce una cierta dificultad a la hora de orientarse. El mejor punto de referencia es la Koutoubia, la mayor mezquita de Marrakech, y sobre todo su imponente minarete, que evoca la Giralda de Sevilla, a la que sirvió de modelo.
Djemaa El Fna no sólo es el mayor activo turístico de Marrakech, sino que también constituye la forma más fácil, rápida y seguramente económica de dar cobertura a las dos necesidades más urgentes de un viajero: comer y dormir. La descomunal red de callejuelas que rodea la plaza esconde en su interior decenas y decenas de establecimientos hoteleros para todos los gustos, desde hostales a poco más de 100 dirhams la noche en habitación doble (recuerda: 1 euro – 11 dirhams) hasta lujosos riads en los que darse un homenaje si se va más holgado de presupuesto.
Durante el día, la plaza presenta un bullicio considerable. Las terrazas de los cafés están llenas y los taxis y la gente van de aquí para allá sin aparente orden ni concierto. En torno a lo que podría definirse como el centro, de la plaza crecen como champiñones puestos de zumo de naranja. A diferencia de los puestos de comida, que tan sólo cobran vida por la noche, los de naranja están abiertos de forma casi permanente, con una fórmula simple, pero imperecedera: zumos (se supone que) recién exprimidos a unos 10 dirhams.
Sin embargo, si se quiere disfrutar del verdadero espectáculo, hay que saber medir los tiempos. Y es que verdaderamente es a medida que cae el Sol cuando se levanta el telón de los prodigios. Con el crepúsculo van apareciendo de la nada decenas de puestos de comida y todos los rincones de la plaza son tomados por saltimbanquis, músicos callejeros, adivinadores, encantadores de serpiente, cuentacuentos y buscavidas de todo pelaje. El crescendo de humo, ruido y gente alcanza su clímax en la horquilla que va desde las 10 a las 12 de la noche: da la impresión de que nadie, nativo o turista, quiere perderse el show.
Llenar el estómago en Djemaa El Fna es fácil y, sobre todo, barato. Tan fácil, que más complicado resultará escapar a las garras de los relaciones públicas que, con el particular estilo directo marroquí, cazan clientes en las inmediaciones de sus puestos. Y tan barato que una persona de buen apetito puede estar pidiendo clemencia al cocinero por sólo 60 o 70 dirhams. Basta adentrarse, en el centro (lo que parece el centro) de la plaza, en la maraña de puestos que, perfectamente numerados (cada uno en su lugar establecido, noche tras noche), ofrecen los clásicos de la cocina marroquí a precios que, como queda dicho, rayan lo absurdo. Todos compiten por atraer a los clientes por la vista, como si fueran pavos reales: despliegan una completa artillería de manjares para hacer salivar al paseante. Tajines, cus cus, pastelas, pinchitos, fritura… casi todos ofrecen tanto carnes como pescado. Los más atrevidos pueden probar suerte en los puestos con una de las más famosas especialidades locales: la cabeza de cordero. Como aperitivo, también hay puestos que ofrecen caracoles y, a modo de postre, se puede probar el tkaout, un postre de chocolate dulce y especiado, que normalmente se acompaña con un té de canela marrón llamado hunja.
Llenar el estómago aquí es fácil: Tajines, cus cus, pastelas, pinchitos… casi todos ofrecen tanto carnes como pescado. Los más atrevidos pueden probar suerte con cabeza de cordero
Según uno se acerca a la periferia de la plaza, el paisaje de puestos se va clareando, pero no el bullicio, con cientos de paseantes y numerosos corros alrededor de algún espectáculo o algo que merezca la pena mirar. En Djemaa El Fna también hay música en directo. No es difícil encontrar grupos que tocan instrumentos tradicionales (gnaowas, tambores) para un público entusiasmado. Cuidado: acercarse a mirar supone que cada poco tiempo se pasa el plato entre los espectadores, y aunque no estamos obligados a colaborar, los 'cobradores' intentarán jugar la baza del bochorno con su insistencia.
Prueba de que los residentes en Marrakech también se entregan a Djemaa El Fna noche tras noche, hay algunos espectáculos dirigidos esencialmente a ellos. Es el caso de los cuentacuentos, cuyo arte, por motivos obvios, sólo lo disfrutan al 100% los arabeparlantes. También podemos tatuarnos la mano con henna negra (ojo, desaconsejado por el Ministerio de Sanidad español), deleitarnos con serpientes que bailan al son de los tambores y las flautas o con acróbatas que se juegan la integridad física, adquirir remedios para cualquier dolencia a algún herbolario ambulante, o fotografiarnos con los tradicionales aguadores, estos sí, más reclamo turístico que otra cosa.
Por supuesto, se espera del visitante que 'pase por caja' prácticamente siempre: es conveniente tener un puñado de calderilla en el bolsillo. Como también hay que andar con cuidado con las pertenencias personales, Djemaa El Fna no es un lugar peligroso, pero los carteristas y tironeros también se dejan caer por aquí para ganarse los cuartos.
Si se está cansado de las luces, la gente, el trasiego, también se puede contemplar el espectáculo desde fuera. Los aledaños de la plaza están copados por restaurantes y cafés que ofrecen sus terrazas para contemplar, desde las alturas, el bullicio de la plaza. La vista, en todos los casos, es extraordinaria: un pandemonio de luces, humo y gente.
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