Se nota que el verano acaba, y llegamos al viernes con la cartelera cargada de opciones: se estrena por fin la nueva entrega de Star Wars, pero ojo, porque, para quienes aún no lo sepan, el invento es en dibujos animados. Si lo tuyo son los superhéroes, tienes a 'Hellboy' esperándote. Y si prefieres pelis más minoritarias, también hay donde elegir: la comedia francesa 'Por fin viuda' o la honesta 'Bobby Z'.
Skywalker en dibujo animado tiene una expresión más inteligente que en su carne mortal. Como, además, los dibujos animados no envejecen, 'La Guerra de las Galaxias' parte a la conquista de la Eternidad. Veremos lo que tarda en seguirla Indiana Jones —que falta le hace—.
Combates que al tercero empiezan a sonar repetidos, piruetas, intrigas y traiciones en la luminosa cruz de las espadas.
El que la aprendiza de Skywalker sea 'Pé' apunta a que cruz tenemos para rato.
Bastante entretenida.
Después de que todo el mundo encumbrara a Del Toro con su laberíntico fauno, se esperaba con rabia su vuelta a 'Hellboy' cargado de madurez. Siempre había dicho que ésta sería su gran obra, la que más ilusión le hacía rodar, y, ciertamente, es un entretenimiento saludable. Sus personajes son carismáticos y el sentido del humor latente en cada línea de diálogo les carga de personalidad a velocidad de crucero. Pero hay una tara y es que, de tan políticamente incorrecto que resulta 'Red' (el diablillo rojo en cuestión), se tiende a empatizar con su brutalidad descafeinada, de manera que ésta rebaja su nivel de impacto hasta convertirse en el único código moral posible. No es algo malo, es que una vez conocido el personaje, su chispa, de tan asumida, decae. La historia no es mejor, como se esperaba, que la de su predecesora y los nuevos 'freaks' tampoco aportan chispa sustancial. Así pues, el continuismo es el principio fundacional de una saga en la que, de no mediar una revolución, acabarán por empastarse unos capítulos con otros. Hay que subrayar, eso sí, la pasmosa belleza formal y el ingenio de las peleas a golpe de espada, empedrado antebrazo o trabuco. Y también (con raya doble llamativamente fosforita) a Selma Blair. En ella, el hecho de no cambiar sí que es una ventaja.
"A mí lo que me molesta de tu nombre, Anne Marie, es lo de 'mari'".
El que se permitan estos juegos de palabras intraducibles, como el "Vous faîtes?", que un interlocutor refiere al peso y el otro al oficio (una de las escenas más divertidas de la película, junto con la de los marineros esperando a los chinos), el que sea todo irreductiblemente francés como La Grande Armée, señala a que el francés es el público que busca. Sucede con frecuencia con el humor basado en la gracia verbal: que se entiende de verdad sólo en su idioma. Pues humor hay bastante —y mucho de él perfectamente comprensible para un hispanohablante—, hasta que 'Por fin viuda' empieza a caer en la ñoñez y nos vemos metidos en la crema pastelera a la que el cine actual dedica buena parte de su oferta.
Empalagosa.
Trailer en versión original.
El cine honesto no suele inquietar. Parece necesario centrifugar el nudo central con trampas, fuegos artificiales y pirotecnia para que los finales sean recordados. ¿Trampas? Bueno, pues trampas. En numerosas ocasiones la historia se queda coja, pendiendo de un hilo, en un '¿esto es todo?', y olvidamos, y no recomendamos y, como el boca oído se queda en nosotros porque no queremos contaminar ningún oído querido con una 'peli-de-final-en-suspenso-¿esto es todo?', nos la guardamos en nuestra alforja y nadie la ve, y, como nadie la ha visto, el director no consigue dinero para su siguiente proyecto, la hipoteca le come y se dedica a otra cosa. Y el cine desaparece... menos el cine tramposo, que sigue dando dinero, porque deja sensación de comezón, o de come-come, o de rucu-rucu, según la provincia. Porque, mientras 'El sexto sentido' siga haciendo cientos de millones de dólares, habrá embaucadores que tratarán de engañarnos maravilosamente con cosas como en 'El ilusionista' o lastimosamente, con cosuchas como en el capítulo final de 'Los Serrano'. 'Bobby Z' no engaña a los espectadores, sino a los malos, porque va de gente que finge que es otra gente. Pero tú sabes el secreto, conoces el truco. Y Paul Walker, que es un cachas al que nunca se le tomará en serio (ni falta que hace) por lo acusadamente rubio que es, cambia los roles con un narco peligroso. La poli le chantajea. Morfeo en el lado oscuro. Pero el rubio es listo y va a por la chica (la subalterna sexualmente ambigua del doctor House) y demuestra tener buen corazón, porque se encuentra a un crío y lo cuida, y cuando todo parece que se va a torcer, entonces sí: trampa.
*Federico Volpini y Alberto Moreno son nuestros colaboradores de cine.
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