POITIERS (FRANCIA).- Vi las postales en Le Monde, París celebraba con paracaidistas y menciones de honor la fiesta nacional francesa. Aquí en la 'petite Ville' la cosa es distinta. Expresan poco y un lunes festivo la ciudad duerme.
Nunca había asistido a un desfile militar más aburrido. Es el día de Francia, pero es sólo un ritual más. Pregunto el porqué de tanta apatía frente a los militares sincronizados en la mitad de la plaza de Poitiers, y la respuesta es simple: "todos estamos muy desanimados. Porque las cosas en Francia no van bien. El costo de vida ha subido mucho. Cada día todo está más caro", me dicen. Está claro que aquí no están para celebraciones, pero averiguaré más tarde qué significa la pobreza en Poitiers.
Durante el desfile lo más divertido fue ver a la gente que se distraía comprando baguetes en la única panadería abierta un lunes feriado. Aquí no había carritos de helados, chiringuitos, nadie gritando arengas de libertad o vendiendo banderas nacionales, y nadie me insistió para comprar un helado de crema derretido. Eso es justo lo que hubiera pasado en Colombia. Así que extrañé los pitos, los gritos, la música a todo volumen y las risas.
En Madrid, tal vez hubiera escuchado a señoras majas diciendo "guapo" a cuanto soldado vieran. Habría un previo de cañas antes del desfile, tapas para amenizar y gente contándote la historia del país, entre otras curiosidades. Aquí en Poitiers la fiesta es fría, no hay disfraces, ni bailes, la ciudad es lenta y vacía. He vivido un año en Madrid y el salto a una ciudad tan pequeña es duro.
Es verano aquí también, pero no lo parece. Hace un frío primaveral, nervioso y tenue. El sol no termina de acomodarse y lo peor de todo es que no hay gente con quien practicar francés. No tengo vecinos y las únicas señales de vida que puedo ver desde mi ventana, las emite la dueña de la cafetería de la esquina, que espera clientes, mientras escucha en la radio a Benjamín Biolay y limpia por enésima vez una mesa poco usada.
Los ancianos se vistieron elegantes para el desfile y comieron baguete, los jóvenes no asistieron, los pequeños iban de la mano de sus padres y yo nunca entendí porqué nadie gritó: ¡que Viva Francia!
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