Quedan 35 días para que el telón se levante en el Nido de Pájaro, ese estadio con forma de cesto que será el epicentro de Pekín 2008. Vayan tomando posiciones, acomódense en las butacas, encarguen cerdo agridulce y pollo con almendras al chino de la esquina —por eso de entrar en ambiente— y abran bien ojos y oídos, que este show promete.
Lo vaticinan varios individuos con peso en el asunto, desde el primer ministro chino, el camarada Wen Jiabao, hasta el patriarca del Olimpismo, Juan Antonio Samaranch: "China ofrecerá los mejores Juegos de la Historia". Un mantra nada nuevo, pues la frase ya sonó cuando Barcelona (1992) o Sidney (2000), y lo dan por hecho en Londres (2012) y hasta el alcalde de Madrid (¿2016?), sin ni siquiera tener asegurados los Juegos.
El programa de este espectáculo de variedades incluirá de todo: acción, fuerza, belleza, lágrimas, mucha emoción y alguna que otra sorpresa, tanto dentro como fuera de la arena deportiva. Al fin y al cabo, unos Juegos Olímpicos no son sólo atletas y medallas. Tanta cámara y tanto periodista —hasta 30.000, que se esperan en la capital china— serán una plataforma ideal para todos aquellos que quieran leer la cartilla a los gobernantes chinos.
Y no será porque los responsables de Pekín 2008 no lo hayan querido atar todo al milímetro, que por algo llevan siete años preparando su espectacular cita. Al esfuerzo de esta nación entera, volcada en el evento (lo quieran o no), hay que sumar esos elementos que no están en el guión, los invitados ‘indeseables’ que harán lo imposible por aguar la fiesta o, al menos, apuntar con su dedo acusador a los talones de Aquiles del país.
China se lo juega todo al 8, su número fetiche, el de la prosperidad. Ocho en mandarín es ‘ba’, pero su pronunciación recuerda a ‘fa’ de ‘facai’, esto es, fortuna. El estreno olímpico será el 8 de agosto, a las 08.08.08 pm (08/08/08 a las 08:08:08), una cifra redonda, con empacho de fortuna, símbolo de buenos augurios para los habitantes de este país. Por eso se paga más aquí por un número de teléfono con ochos: un individuo desembolsó en Chengdu 270.000 dólares por responder a las llamadas del 8888-8888. Otro, en Hangzhou, 130.000 por la matrícula A88888 para su coche.
Una tienda de teléfonos, donde el '8' también cuesta más.
Las cifras lo son todo en el país anfitrión de las Olimpiadas. Los 1.300.000.000 de chinos marcan la pauta, para lo bueno y lo malo. El país es la cuarta mayor mancha de tierra en el mapamundi, con nada menos que 9.596.960 kilómetros cuadrados. Y su ejército de peones, con 803.300.000 almas, la clase trabajadora más voluminosa del mundo. Más de un centenar de ciudades con poblaciones millonarias, el mayor número de usuarios de teléfono móvil (555 millones de usuarios en enero pasado), de internautas (210 millones)… Récords no le faltan a China, aunque algunas marcas sean vergonzosas, como la de ser el principal ejecutor del mundo, o la mayor cárcel de periodistas.
Pekín espera 2,5 millones de visitantes, incluido medio millón de 'laowai', como se denomina a los extranjeros. Para ello, la ciudad se ha reinventado a golpe de grúa y cemento, un total de 25 millones de metros cuadrados de transformación, para ser exactos. De esta forma, los 'hutong' del viejo Pekín, tan carismáticos como insalubres, han sufrido mutilaciones para dejar paso a edificios futuristas, carreteras, autopistas, cuatro nuevas líneas de metro y parques que han costado cerca de 35.000 millones de dólares.
Otros 17.000 se han ido en asegurar que el aire esté limpio o de que haya suficiente masa forestal a lo largo de la autopista que va del aeropuerto a la ciudad, para que todo parezca más verde.
Suma y sigue. Unos 1.800 millones se han empleado sólo para construir o acondicionar las 31 instalaciones deportivas donde 10.708 atletas pelearán por una de las 302 medallas de las 28 disciplinas deportivas. Los deportistas estarán en el punto de mira de los teleobjetivos de más de 5.000 fotógrafos y 12.000 empleados de la empresa encargada de retransmitir el evento a 5.000 millones de pares de ojos como los suyos, al otro lado de la pantalla.
Veremos batir récords mundiales, lloraremos con las lágrimas de quienes no lograron su marca, reiremos con los gazapos que depare la fiesta y puede que hasta volvamos a cantar el ‘We are the champions’, aunque esta vez con acento mandarín. Pero cuando calendario y reloj se llenen de ochos habrá llegado la hora mágica para China, el instante de oro para que nosotros, tan ajenos y tan diferentes, podamos entender un poco mejor a esta gran nación.
Que comience, pues, la función.
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Martín Xiaobao es el nombre de guerra de un reportero fascinado por China, sus gentes, idioma, cultura y su gastronomía. Con sus palillos, y desde la trinchera de un 'hutong' pekinés, seleccionará lo más apetitoso de cuanto acontezca en la capital olímpica alrededor del 8 de agosto de 2008, el carismático momento elegido por Pekín para mostrarse al mundo.
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