Si te gusta el cine independiente, la propuesta de esta semana es 'La vida sin Grace', una película premiada en Sundance. Para el doctor Etxea, nos lleva "el corazón al límite del llanto". Para Volpini, un filme sin "planteamiento moral".
La promoción de 'La vida sin Grace' es demasiado explícita. Salvo que uno se ponga el antifaz de no enterarse de nada, es imposible ir a verla sin saber lo que le ha pasado al personaje ausente que da sentido a toda la película. No es grave porque ese es sólo el planteamiento. Lo importante es lo que ocurre después. Aún así las distribuidoras deberían ser más sutiles con los carteles y los 'trailer'.
Stanley - John Cusack –, padre de dos niñas, no sabe cómo darles la fatal noticia. No se le ocurre mejor idea que entretener a sus hijas llevándolas por carretera en un viaje consumista en sentido inverso al de Ryan y Tatum O'Neal en 'Luna de Papel'. Esa huida convierte la historia en road-movie iniciática. El actor da bien el perfil, aunque resulta algo histérico en su dolor. En principio el hombre te cae mal. Es votante de Bush y sus desgracias son la merecida consecuencia de esa decisión. Imaginaros. Su mujer se alista en la guerra de Irak y él siente orgullo patriótico. Con estos mimbres a uno se le podría indigestar. Pero de eso se trata, de un mal trago vital que comparte el espectador con estos seres extraviados en el laberinto de la normalidad: drama de huida hacia el vacío secular en busca de redención. La temperatura de sus vidas se caldea al vaivén de las atracciones de un parque temático. Puede que yo sea un sentimental, pero a mí la alegría de las niñas ante la propuesta de una buena hamburguesa me llena de ternera ¡perdón! quería decir de ternura. Las jóvenes intérpretes de Heidi y Dawn son prodigiosas, con alguna secuencia genial. No digamos la empatía emocional que sentí en su desolación al conocer la verdad. A esas alturas de la película el espectador cree ser el cuarto vértice del triángulo familiar. Premiada en Sundance, si queréis estar con el corazón al límite del llanto, la propuesta de esta semana es 'La Vida sin Grace'. Para almas sensibles, por supuesto.
Grace no está. Se ha ido un poco a la guerra, a probar armas de destrucción individual con los moritos. Lo siente uno por Grace, que deja la familia en casa, y lo siente uno más por los moritos, que tienen la familia allí donde va Grace. Una mañana llaman a la puerta de Grace. Abre el marido –es verdad: un magnífico John Cusack-, frustrado porque el ejército lo rechazó a él, que siente, como Grace, ardor guerrero y revuelo de tripas patriótico, que igual es lo que les provoca el ardor. Abre la puerta y en la puerta han llegado hasta Estados Unidos los moritos: Grace ha muerto en Irak. Gracia, ninguna. Ya no da risa Grace. Como ya no dan risa, desde hace mucho tiempo, los moritos. A veces, para bien. A veces, para mal.
Aunque el planteamiento moral de 'Grace is Gone' pueda ser discutible; mejor dicho: no se sepa cuál es (igual no hay planteamiento moral), no es eso lo que al producto cinematográfico le estorba. Es esa niña lista, que no se entera de nada. Y, después, el tiempo que se alarga para que pueda haber película. Es que lo que se cuenta parece en ocasiones sucedáneo soluble de sentimientos elaborados que empezamos a no echar siquiera en falta. Sentamos a un simple en la butaca y el simple vuelve a casa con nosotros.
Respecto de lo otro, que Clint Eastwood haya querido ponerle música a 'Grace is Gone' es un dato. Grace se fue para siempre. En Vietnam, en los años sesenta.
*Federico Volpini y Dr. Etxea son nuestros críticos de cine.
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