Bill Keaggy vive en San Louis y colecciona listas de la compra. Un día, dando una vuelta por su hiper habitual, se fijó en una que alguien se había dejado en el carrito y le picó la curiosidad. A partir de ahí, la cosa se convirtió en vicio. Hoy atesora más de mil ochocientos pedacitos de papel garabateados, e incluso ha recopilado los más interesantes en un libro.
Me encanta que distinga entre cerveza (beer) y cerveza femenina (girly beer).
Dime lo que compras y te diré quién eres. Se pueden averiguar muchas cosas sobre las personas examinando sus listas para el súper. Cuando yo era pequeño y acompañaba a mi madre a hacer la compra al Jumbo de Pío XII en Madrid (hoy creo que es un Alcampo) solía matar el tiempo midiendo la calidad de las madres con las que nos cruzábamos. Delicias tales como galletas Chikilin, empanadillas congeladas o chocolate blanco garantizaban puntuaciones altas, en cambio, verduras y hortalizas, te enviaban directa a la retaguardia. Mi progenitora, por cierto, jamás consiguió abandonar los puestos más bajos del ranking.
Por eso lo de Bill no es una simple colección, es todo un estudio sociológico. Señores directores de márketing del sector alimentario, dejen de pagar escandalosas sumas de dinero a los institutos de investigación para que les digan lo que sus consumidores hacen y piensan. Una conversación con Mr. Keaggy sería mucho más instructiva que esas reuniones en las que ocho individuos se inventan lo que haga falta sobre sus hábitos de consumo a cambio de un cheque de 20 euros pagadero a 90 días.
Bill dice haber descubierto, por ejemplo, que la cebolla gusta más de lo que él pensaba o que las palabras anchoa, mayonesa o yogur no son fáciles de deletrear en inglés. O igual sí que saben escribirlas, pero como sus autores piensan que no las va a leer nadie más que ellos, no se preocupan de caligrafiarlas bien. De hecho, existe un lenguaje propio, que sólo se usa en estas caóticas enumeraciones. Alguien debería hacer un diccionario temático de listas de la compra.
Nuestro coleccionista acepta aportaciones, que se pueden enviar a su web, aunque confiesa que lo que de verdad le gusta es cobrar personalmente las piezas. Supongo que tiene un morbo especial. Cotillear la lista de la compra de alguien debe ser casi tan placentero como hurgar en el cajón de su ropa interior. Bill acaba diciendo que cada vez encuentra menos. ¿Serán las Blackberry o es que la gente se ha vuelto celosa de su intimidad?
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Por qué eran siempre las madres de los demás las que compraban chikilín y bollicaos?? Yo creo que esas madres no existen, son un leyenda urbana. +
Soitu.es se despide 22 meses después de iniciar su andadura en la Red. Con tristeza pero con mucha gratitud a todos vosotros.
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