Piojos saltarines contra las plantas invasoras

No es el título de la película ganadora en el festival de Sitges, ni el de una canción de una banda de rock bizarro: se trata del plan de las autoridades británicas para repeler el avance de una planta exógena por las campiñas inglesas. A esta estrategia se la denomina control biológico de plagas, pero esta vez los ecologistas no se muestran muy convencidos de sus ventajas.

La planta invasora Reynoutria japonica.

El enemigo a repeler responde al nombre de Reynoutria japonica y procede de Japón. Puede alcanzar tres metros de altura y sus tenaces ramas son capaces de abrirse paso a través del hormigón, debilitando las estructuras de los edificios.

Esta maleza campa a sus anchas por toda Europa. En España coloniza las riberas de los ríos, poniendo en jaque a las poblaciones de árboles y arbustos locales (en el País Vasco al menos un ayuntamiento está intentado frenar su expansión mediante la plantación de árboles).

¿Y cómo se coló en Occidente la simpática plantita? Pues como hacen la mayoría de las invasoras: metida en el equipaje de alguna expedición del siglo XIX: un espécimen exótico destinado a decorar los jardines botánicos, de los cuales finalmente se escapó.

El arma elegida por los británicos para el contraataque es el piojo saltarín o psílido. Este minúsculo insecto tiene la costumbre de desovar en las hojas de ciertos vegetales, para que sus larvas se alimenten de su savia.

El plan de los británicos es sencillo: arrojarán millones de estos artrópodos sobre prados y bosques, con la esperanza de que pongan sus huevos en las Reynoutria japonica, y sus larvas las succionen hasta secarlas.

De llevarse a cabo, sería el primer caso de control biológico de plagas en Gran Bretaña. Uno de los móviles que anima a las autoridades es el ahorro que supondría esta estrategia frente a los 1.600 millones de libras esterlinas que estiman costaría tener a raya a dicha planta con pesticidas.

La pregunta que se hacen muchos es la siguiente: ¿cómo se aseguran los padres de la idea de que los piojos saltarines, una vez se hayan comido todas la Reynoutria japonica, no se ceben con las demás plantas, comenzando por los geranios de los balcones y siguiendo con los cultivos comerciales, provocando un fenomenal desbarajuste ecológico?

Existen antecedentes inquietantes: la introducción del sapo en Australia con la intención de que se comiese al escarabajo de la caña de azúcar acabó creando dos plagas donde antes había una. Otro tanto ocurrió en Hawai con los gusanos planos, que tras devorar a los gigantes caracoles africanos, se tornaron el flagelo de los caracoles nativos. Y 'The Independent' recuerda que en la década pasada el piojo del eucalipto devastó estos árboles en Irlanda, y como se mostraba inmune a los pesticidas, hubo que importar una avispa australiana para tenerlo a raya.

Los expertos oficiales aseguran que no hay nada que temer, pues las pruebas piloto realizadas en ámbitos cerrados han dado resultados tranquilizadores: pusieron a los piojos saltarines delante de un centenar de plantas locales, sin que se les abriera el apetito.

Chris Rostron, del Wildlife Trusts, no se muestra convencido: "Especies invasoras como ésta plantean una seria amenaza a nuestra biodiversidad, en especial a los humedales; pero traer una especie no nativa para el control biológico entraña riesgos que deben ser estudiados exhaustivamente".

La cuestión se reduce a elegir entre lo malo conocido y lo bueno por conocer, o entre un peligro real y un riesgo eventual. Por lo que parece, las autoridades ya han tomado su decisión y correrán el riesgo para acabar con el peligro. Veremos qué pasa.