Madoz en las garras de Moriarty

De todas las vertientes de la fotografía, sin duda, la más polémica es el montaje. Chema Madoz lleva muchos años construyendo en su estudio un mundo a la medida de sus fotos. ¿Son los montajes una mentira? En este caso son una mentira real.

Untitled. 2007 ©Chema Madoz.

De todas las vertientes de la fotografía, sin duda, la más polémica es el montaje. Presentar como casual y espontáneo aquello que no es más que una escena preparada puede pasar de ser un recurso lícito de cualquier fotógrafo callejero (necesito algo que le dé chispa a la foto) a ser una práctica manipulatoria execrable. Las dudas al respecto de esta cuestión han colocado a gran número de fotos clásicas en una sala muy incómoda del museo de la fotografía: la sala de las fotos que son tan maravillosas que, ¡por favor!, no aguantaría que fueran un vil montaje. De esa nutrida sala de difusas fronteras hablaremos otro día.

Pero el montaje puede ser también, sin duda, la más sublime de las formas de la fotografía. Uno puede perder media vida esperando que un bando de golondrinas se posen en el tendido eléctrico (partitura primaveral) o puede recurrir a la ferretería y a la taxidermia. Podemos esperar a una nube con forma de corazón el resto de nuestra vida o sobornar al dios Eolo.

Pues bien, contado en dos famélicas patadas, esto es lo que lleva haciendo muchos años Chema Madoz: construir físicamente en su estudio un mundo a la medida de sus fotos. Un mundo a la medida de sus sueños de fotógrafo. Hacer de creador, de dios. El sueño de todo artista.

Lo que pasa es que a Chema no se le puede despachar en dos patadas porque lo que siempre ha hecho, y lo que ahora hace, es de un calado fotográfico y artístico que sólo podemos comprender enfrentándonos a una de sus enormes copias. Hay una foto suya, de las primeras, en la que se puede ver una mujer con un cigarro en los labios. Una difusa cinta blanca cruza la foto como el ringorrango de una firma. Debería ser el humo, pero es un camino que sube serpenteando a su espalda. El binomio humo/camino es cerebralmente magnífico. Y fotográficamente soberbio.

Y haciéndolo así de bien sigue. Acérquense a la sala Moriarty (C/ Libertad, 22. Madrid) y traten de quedarse indiferentes ante una alfombra persa a la que le falta un gigantesco pedazo con la forma de la piel de un oso. Y así hasta once fotos más. Y lo más importante: todas estas imágenes son fruto de una toma fotográfica de un modelo real (construido ad hoc, pero real) en las que no hay truco posterior ni artesanal, ni digital. Son mentiras verdaderas. Que las disfruten.

*Sofía Moro es nuestra colaboradora de fotografía