Los ecologistas rechazan los planes del Gobierno para estudiar un posible almacenamiento de CO2 subterráneo en el país. Sin embargo, no dejan de existir discrepancias en las filas ambientalistas. Greenpeace ha presentado un informe en el que considera una "estafa" esta tecnología que busca deshacerse del dióxido de carbono responsable del cambio climático bajo el subsuelo, "debajo de la alfombra". Por su parte, WWF/Adena rechaza esta solución para España, pero no para otros países, como China.
Pero ¿en qué consiste la tecnología de Captura y Almacenamiento de Carbono (CAC)? Con el objetivo de reducir los impactos del cambio climático originados por la quema de los combustibles fósiles, se pretende capturar el CO2 de las centrales eléctricas para aislarlo en depósitos subterráneos.
El dióxido de carbono se atrapa para después condensarlo y comprimirlo. Su transporte se lleva a cabo a a través de canalizaciones como tuberías y gaseoductos y por último es almacenado de forma permanente, explica Greenpeace.
El almacenamiento puede ser marino o geológico. En el primer caso se hace en el interior de una columna de agua o en el fondo del mar en aguas profundas, pero esta modalidad, según Greenpeace, presenta problemas como el impacto negativo en el entorno marino como consecuencia de la acidificación y de otros cambios en la química del océano; en el segundo caso se inyecta el carbono en formaciones rocosas permeables selladas con roca impermeable a más de 800 metros de profundidad.
Raquel Montón, responsable de la campaña de Cambio Climático de Greenpeace, argumenta en la presentación del informe 'Falsas Esperanzas: por qué la Captura y Almacenamiento de Carbono no salvará el clima' , que lejos de ofrecer una solución que evite a tiempo un cambio climático peligroso, el CAC requiere mucha energía, entre el 10 y el 40% de la capacidad de una central. La captura del carbono es la parte que más energía necesita de todo el proceso. Además, se requiere un 90% más de agua dulce en las centrales equipadas con esta tecnología que las que no lo estén, lo que empeoraría la escasez de agua ya agravada por el cambio climático.
Para este grupo ecologista, el almacenamiento subterráneo de carbono "es arriesgado por la posibilidad de fuga". El CO2, no es inflamable ni tóxico para el ser humano, pero si su concentración supera el 3% puede ser mortal. Como indica Montón, un ejemplo lo tenemos en lo que ocurrió en el Lago Nyos (Camerún) en 1986, cuando una erupción volcánica liberó grandes cantidades de CO2, causando la muerte a 1.700 personas. Daño a los ecosistemas, contaminación de las aguas subterráneas y del agua potable, y el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero como consecuencia de fugas son otros de los efectos negativos que recoge el informe.
Greenpeace
Por otro lado, el coste es muy elevado, continua Raquel Montón. "Esta tecnología exigiría una financiación sustanciosa para construir la central eléctrica y las infraestructuras necesarias para el transporte y el almacenamiento de carbono".
Greenpeace lo tiene claro. Pero existen diferentes opiniones entre los grupos ecologistas. Heikki Willstedt, experto en Energía y Cambio Climático de WWF/Adena, comparte los mismos argumentos que Greenpeace para el caso de España. Sin embargo, en el ámbito internacional considera que puede constituir una posibilidad para reducir las emisiones de CO2, aunque eso sí, con ciertos matices".
"En España el CAC no es una tecnología probada y si se optase por ella, se financiaría con fondos públicos, dinero que podría ser invertido en eficiencia energética o energías renovables que son las realmente sostenibles. Además, nadie puede asegurarnos que dentro de mil años no se produzca un terremoto que pueda dañar el almacenamiento del carbono. Otro aspecto a tener en cuenta es la monitorización y la vigilancia 'eterna' del CO2 almacenado, lo que supone un coste importante que asumirían las generaciones futuras", comenta Heikki.
"A nivel internacional pensamos que el CAC puede ser una opción, por ejemplo en China, cuyas centrales térmicas de carbón son muy ineficientes y originan una gran contaminación", incide este otro ecologista. "Si tuviéramos la certeza de que el dióxido de carbono puede permanecer más de mil años en el terreno, si hay capacidad de evaluación, un transporte que funcione, y si no hubiera otra alternativa, podría plantearse". "Sin embargo, debemos tener en cuenta que no es una solución completa, ya que la captura de carbono en las fábricas sólo llega hasta el 70-80%", añade Heikki.
Por su parte, Raquel Montón cree que la aplicación de estas tecnologías en otros países es igual de inviable, tal como lo demuestran algunos proyectos ya estudiados en EEUU y Noruega que "no han llegado a buen puerto", y donde se han invertido cantidades multimillonarias en detrimento de otras energías alternativas. "Cada uno puede llegar a las conclusiones que crea oportunas, hay datos suficientes para demostrar que esta tecnología no funciona".
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