El club de creativos de España premia a Juan Mariano Mancebo y José María Lapeña, creativos responsables de anuncios como Pippin, El cuponazo, Sí da, no da o Póntelo, pónselo.
José María Lapeña y Juan Mariano Mancebo
Cada año, el Club de Creativos, asociación que aglutina a buena parte de los publicitarios del país, entrega el c de c de honor, un premio que busca reconocer la calidad de la trayectoria de un profesional del sector y que en años anteriores ha ido a parar a personajes míticos de la publicidad española como Casadevall, Pedreño, Mikel Malka o José Luis Zamorano.
En esta ocasión, el c de c de honor ha recaído en la pareja formada por Juan Mariano Mancebo y José María Lapeña, unos nombres que pueden no decir mucho a aquellos lectores no familiarizados con el mundo de la publicidad pero que adquieren una nueva dimensión y significado si mencionamos spots como Póntelo, pónselo, Pippin, Sí da, no da o El cuponazo.
A finales de la década de los 70 y principios de los 80 entre las muchas cosas que estaban cambiando en España, se encontraba la publicidad. Los anuncios rancios y carpetovetónicos que perpetuaban prejuicios, situaciones y roles fomentados durante cuarenta años por el nacional catolicismo comenzaban a dejar paso a una nueva publicidad acorde con esa España en transformación a la que, en breve, no la iba a conocer «ni la madre que la parió».
Entre los responsables de esa nueva comunicación comercial estaban dos jóvenes veinteañeros que acaban de incorporarse a la agencia Contrapunto: Juan Mariano Mancebo y José María Lapeña.
Uno, Juan Mariano, era un torrente, el otro, José María, un lago. La noche y el día, el ying y el yang, dos caracteres totalmente diferentes en lo personal que encajaron perfectamente en lo profesional.
Los anuncios de Mancebo y Lapeña siempre se caracterizaron por su inteligencia, su sentido del humor no exento de ironía y una aparente sencillez formal que ocultaba una gran complejidad conceptual.
Ejemplo de ello es su spot para Visa en el que el actor Antonio Gamero se limitaba a decir en medio del bloque publicitario «Todos los productos que han visto hasta ahora y todos los que verán a continuación, pueden comprarlos con esta tarjeta».
Lo mismo sucedía con la campaña «Aprende a usar la televisión» protagonizada por el perro Pippin (en realidad era una perrita) en la que la propia TVE invitaba a los espectadores a hacer un uso útil e inteligente del receptor, algo que ninguna televisión en su sano juicio osaría hacer en la actualidad.
También hubo sitio para la mala leche. Como la que rezumaban los spots de Renfe en los que los coches parados en un atasco se movían a trompicones, a ritmo de saeta. Una idea que, como explicaron Mancebo y Lapeña durante los fastos del 20 aniversario de Contrapunto celebrados hace unos años, siempre era rechazada por el cliente pero, convencidos de su calidad, volvían a proponérsela a al año siguiente hasta que, finalmente, acabó aceptándola.
Y es que otra de las características de esta pareja era la de no dejarse derrotar a pesar de las dificultades, como sucedió con la avalancha de críticas recibidas por Póntelo, pónselo, ese Fuenteovejuna adolescente destinado a prevenir los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual, que aún hoy asombra y emociona.
La consagración llegaría en 1989 cuando la campaña de Pippin obtuvo el, hasta el momento, único Gran Premio del Festival de Publicidad de Cannes para una agencia española.
Unos años más tarde, la pareja se disolvería para afrontar otras aventuras creativas cuya meta era superar hitos como «Sí da, no da», la campaña de concienciación sanitaria más efectiva, didáctica y visualmente atractiva realizada nunca en nuestro país, o «El cuponazo», cuyo teaser intrigó y mantuvo en vilo a toda España que, durante una semana se preguntó qué esperaban, todas aquellas personas (más de novecientos figurantes) que hacían cola por todos los rincones de la ciudad.
Hace apenas unos días, el club de creativos reunió de nuevo a estos dos monstruos de la publicidad quienes, al recoger su premio, dejaron claro que lo aceptaban en reconocimiento a sus treinta años de carrera hasta el momento; dentro de otros tantos volverán a por el segundo c de c de honor.
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Se lo merecen, son unos genios. +
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