Desde algunos ámbitos se limita el debate sobre el modelo energético a una discusión sobre costes de tecnologías, que algunos minimizan a un empobrecedor "nuclear versus renovables", pero parece evidente que ése es sólo uno de los puntos de partida que deben tenerse en cuenta a la hora de definir un modelo energético sostenible. Lo primero que hay que hacer es definir las metas de este modelo, imaginar el futuro que queremos en la forma de dotarnos de energía, los objetivos que queremos alcanzar y priorizarlos, para luego establecer la mejor estrategia para conseguirlos. Y a la hora de establecer objetivos hay que distinguir los irrenunciables –reducción del CO2, y garantía de suministro – de los deseables o de segundo nivel como los costes, la tecnología de futuro, el crecimiento y el empleo o la autosuficiencia energética.
No cabe duda que hoy el primero de los objetivos pasa por la necesaria reducción de emisiones, en el mundo y en España, para lograr una concentración por debajo de los 445-490 ppm de CO2, con el fin de no incrementar más de 2 grados la temperatura global, que es el listón que hoy marcan los expertos como el punto de no retorno para un cambio climático de consecuencias catastróficas para la humanidad. A nadie se le escapa la enorme dificultad de la tarea de llevar a cabo esta reducción por muy diversas razones pero, sin pecar de voluntarismo, consideramos un deber plantear claramente cual es la meta.
Definido este primer objetivo llega la primera duda: ¿Hasta qué punto son útiles las medidas locales o regionales en este ámbito? Creemos que lo son por sí solas pero también y esencialmente por su valor ejemplarizante. Para que China e India apuesten por un sistema sostenible, lo menos que podemos hacer es hacerlo nosotros primero.
El segundo objetivo es la seguridad en el suministro energético. Nuestra sociedad requiere una garantía en el aprovisionamiento energético que arrastra inexorablemente consigo dos medios que deben convertirse en fines: la gestión de la demanda y el uso prioritario de las energías autóctonas y renovables.
¿Hasta qué punto son útiles las medidas locales o regionales? Para que China e India apuesten por un sistema sostenible, lo menos que podemos hacer es hacerlo nosotros primero.
Empecemos por tanto con las recetas, con las directrices básicas. Y para eso hay que hablar de demanda: casi siempre el debate sobre el futuro de la energía se centra en la oferta, en las tecnologías de generación; sin embargo se debería poner más énfasis a corto y medio plazo en una apuesta estratégica por la eficiencia y el ahorro. No hay caracterización de esta opción en términos de potencial, costes... Nos centramos en las políticas de oferta por inercia, porque las conocemos mejor. Pero la llave la tiene la demanda. Sin reducción de demanda no se puede avanzar hacia un modelo sostenible.
Muchas de las proyecciones de demanda están basadas en la evolución pasada de la economía española con un importante peso de la construcción, que no se va a mantener a futuro. Debemos lograr que nuestro país tenga un comportamiento más típico de economías desarrolladas, con desacoplamiento progresivo de crecimiento económico y consumo energético. En cualquier caso, es el primer campo en el que los poderes públicos están invitados a intervenir para influir decisivamente en una reducción drástica de los consumos energéticos con dos sectores esenciales: la vivienda y el transporte.
Racionalicemos la demanda con un cambio radical –sí, radical– de cultura, de usos, de penalización de los despilfarros. Es vital concienciar y sensibilizar al consumidor, trabajar en el día a día. Con el agua y con la separación de residuos se ha conseguido, pero con la energía no. En la separación de residuos en origen no hay beneficio económico, pero la gente está concienciada y lo pone en práctica y no tiene por qué ser distinto con la energía.
Es vital concienciar y sensibilizar al consumidor. En la separación de residuos en origen no hay beneficio económico, pero la gente está concienciada y lo pone en práctica.
Si se ha desarrollado un modelo insostenible, por ejemplo en la urbanización, también es porque el precio de la energía se ha mantenido artificialmente bajo. Si los precios reflejaran costes, e incrementos de costes, el modelo podría cambiar. Pero lamentablemente cuando el Gobierno de turno fija prioridades en este campo siempre se centra en reducir las tarifas y no en abordar el problema del CO2. El modelo, por tanto, debe aterrizar en el mundo real. Porque si las tarifas se fijan en función de los votos… mal encaminados estamos.
Es preocupante comprobar la ineficacia hasta ahora del mercado de emisiones, sin que ello suponga cuestionar la necesidad de este tipo de herramientas. Al margen de la discusión sobre la idoneidad de los objetivos fijados a España en el Protocolo de Kioto y del todavía insuficientemente bajo precio de los derechos, la atribución de los derechos de emisión a los distintos sectores no ha logrado resultados positivos. Por ejemplo, el sector eléctrico ha internalizado el coste de los derechos en los precios, pero éstos no se han trasladado a la tarifa y los consumidores no han recibido señales para cambiar sus pautas de comportamiento.
Ya lo hemos señalado al inicio de este artículo: los costes son importantes, pero no son la clave. Es obvio que las decisiones a corto y medio plazo deben considerar estos costes pero siempre sin olvidar que estamos sobre todo ante una decisión estratégica. La apuesta de Francia por la tecnología nuclear no se basó en una estimación del coste medio de generación de esta tecnología. El ejercicio de estimación de costes es valioso porque nos da aproximaciones, pero sólo si consideramos todas las externalidades, para finalmente tomar una decisión estratégica. Y también es cierto que si hoy tomamos decisiones equivocadas en el corto y medio plazo haremos inviable la consecución final de los objetivos prioritarios.
No parece lógico tratar de ocupar posiciones de liderazgo en tecnologías en las que tenemos poco que aportar. La estrategia que posiciona a España en una situación de liderazgo es la de renovables.
Y si hablamos de una planificación nacional hay que considerar los costes pero también los beneficios industriales y de empleo de las distintas alternativas mediante un modelo económico más amplio de generación de valor. Hay que ver dónde somos líderes. No parece muy lógico apostar y/o tratar de ocupar posiciones de liderazgo en tecnologías en las que tenemos muy poco que aportar. La estrategia que posiciona a España en una situación de liderazgo, con la posibilidad de dar ejemplo, en especial a los países con los que somos frontera, es la de renovables. Una apuesta que va en la senda de mayor sostenibilidad, autosuficiencia, ejemplo, crecimiento y empleo.
Los análisis que se están utilizando en los debates y en la toma de decisiones son incompletos, porque no incorporan muchas externalidades negativas (en coste, consumo energético y emisiones de efecto invernadero) de las energías convencionales y de las renovables (considerando el ciclo completo de vida), que suponen un coste ambiental presente y a futuro. Son interesantes los ejercicios de ciclo de vida de las tecnologías en términos energéticos, pero también habría que hacerlos a la hora de analizar sus costes y beneficios económicos. Es necesario un método transparente y homogéneo de cómputo de costes actuales y a futuro de las diferentes tecnologías que incorpore dichas externalidades. No parece buena opción que sea cada industria la que calcule estos costes. Sería esencial que un organismo independiente y de prestigio caracterizase o validase las distintas alternativas y construyera un modelo que pudiera ser consensuado.
Hay que recordar que ninguno de los estudios realizados en el pasado sobre reducción de costes acertó del todo. Pero todos los estudios de prospectiva a largo plazo coinciden en estimar reducción de costes de las tecnologías renovables e incremento de los costes de las convencionales. Consideramos que el desarrollo de las tecnologías solares y los objetivos marcados para ellas pueden estar por debajo de su potencial real. La reducción estimada de costes de la solar fotovoltaica y de la solar termoeléctrica, debiera ser mayor –y en esto coincide la Agencia Internacional de la Energía– que las estimaciones comúnmente utilizadas.
Volvamos sobre los beneficios socioeconómicos. Estos tienden a ser muy importantes en el caso de las renovables, en términos de generación de valor añadido por desarrollo de la industrial nacional, creación de empleo y mejora de competitividad para aprovechar otros mercados. De acuerdo con un estudio que se acaba de publicar, las renovables en España generan 89.000 empleos directos, con una intensidad muy superior al empleo que generan las energías convencionales. Y esto sin considerar los empleos indirectos e inducidos.
Como conclusión creemos obligado señalar que, en contra de lo que se piensa, no hay varias opciones, sólo tenemos una: no dejar pasar el tiempo. Hay poco tiempo y no sólo debemos llegar nosotros sino también el resto de los países. Hay que pasar del debate a la acción. El tiempo corre en contra nuestra y a favor de agravar el problema. Y no olvidemos que tenemos los objetivos muy claros, disponemos ya de tecnologías maduras para transformar el modelo y otras estarán disponibles en un plazo que podemos acortar.
*El GTPES (Grupo de Trabajo sobre Políticas Energéticas Sostenibles) está formado por una veintena de profesionales vinculados al mundo de la energía desde empresas del sector, entidades públicas, organizaciones sociales y la universidad. El artículo trata de reflejar la mayoría de los puntos de vista existentes en el grupo.
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