Machu Picchu, desde su trono de piedra, humilla al visitante que se acerca a sus pies por el valle del Urubamba y, sin embargo, las huellas materiales de su gente, que están en el centro de una disputa internacional, son objetos simples, casi humildes. Hay vasos que recibieron chicha, tostadores de maíz de tres patas, morteros para el grano, platos con mangos labrados, y miles y miles de fragmentos de cerámica y hueso que ocultan secretos de las vidas de los hombres y mujeres que trabajaron en las laderas de la ciudadela inca. Estos restos residen, desde 1912, en sótanos de la Universidad de Yale, en la localidad estadounidense de New Haven, luego de ser llevados allí por el explorador Hiram Birgham.