BRUSELAS (BÉLGICA).- Cuentan los viejos (y los no tan viejos) que cuando Woody Allen visitó Madrid por primera vez, al ver la ciudad sumida en el caos por las eternas obras, no pudo evitar comentar con ironía: "Muy bonito, sí, pero espero que los madrileños encuentren pronto su tesoro". La frase no pudo ser más brillante y acertada, aunque algunos años después me enteré que no fue el director de Annie Hall quien la pronunció, sino el magnífico Robert De Niro... ¿o fue Dani De Vito? ¿Bruce Willis acaso?. Al margen de estas historias tan legendarias y tan urbanas, la frase ha venido a mi mente como una iluminación en mi primer paseo por Bruselas. Seamos sinceros, no hubiera estado mal que a la entrada de la capital de Europa hubieran colgado el cartelito de 'cerrado por obras'.
La célebre Maison des Brasseurs parece un holograma.
Es lo que tienen las capitales Europeas. Que si un retoquito por aquí, otro por allá... Y al final la ciudad todo el día en carne viva. Pero lo de Bruselas es exagerado. Ya en el primer paseo uno tiene la sensación de haber llegado antes de tiempo; como si la ciudad estuviera preparándose para algo ¿Bruselas 2016, quizá?.
Parece mentira que este año se conmemore el cincuenta aniversario de la Expo de Bruselas. Sí, sí, aquella exposición universal que dejó como legado el 'Atomium' (el Átomo), peculiar monumento que compite con el Manneken Pis (el niño que hace pis) para alzarse como símbolo nacional.
Los homenajes -en forma de estatua o sucedáneo- a este evento que puso patas arriba la metrópoli (Bélgica mantuvos sus colonias africanas del Congo, Ruanda y Burundi hasta 1962) allá por el año 1958, han inundado las calles Bruselas. ¡Horror! Los mires por donde los mires, algunos no se distinguen de las obras (públicas), y se suman a la imagen de caos tranquilo con olor a gofre de chocolate que ofrece la capital belga en estos días. Por ejemplo, ¿qué simboliza una especie de estrella gigante envuelta con papel de periódico que se erige en pleno Mont des Arts (Monte de las artes) a cuyos pies, cómo no, se abre un gran cráter donde parece que dentro de poco habrá un gran aparcamiento? Sólo Tintín (expuesto en la tienda de cómics más grande de la ciudad, a pocos metros) lo sabe.
Pero en Bruselas, no todos los tesoros se esconden bajo tierra. Las fachadas también pueden ocultar maravillosos tesoros detrás de los andamios. Es el caso del Palacio de Justicia, uno de los más grandes del mundo (¿leyenda urbana otra vez?). No es de extrañar que se haya procedido a su limpieza a juzgar por el color negruzco se ha apoderado de los edificios bruselenses. Si las paredes hablaran... ¿Qué dirían? Muy fácil, que el Palacio Real es el próximo.
También la Porte de Hal (Hallepoort para los flamencos) se esconde tras una enorme cota de malla estos días. Afortunadamente en Saint-Gilles, el barrio donde se alza una de las puertas de la ciudad de Bruselas que aún permanece en pie, hay bastantes cosas que hacer aparte de contemplar la Porte de Hal y demás monumentos. ¿Por qué no tumbarse en los jardines al pie de la puerta junto a la multiétnica comunidad que habita el barrio más bohemio de Bruselas con una buena cerveza belga (sí, en Bélgica aún se puede beber en la calle)? O mejor, ¿ por qué no comprar fruta en el mercado del vecindario antes de sentarse a tomar un té en la terraza de la Unión? Por un momento, las obras de la ciudad serán historia.
En la Grande Place, el corazón de Bruselas, patrimonio de la humanidad y orgullo belga, el panorama es muy similar. Por ejemplo, la mítica Maison des Brasseurs (la Casa de los Cerveceros) parece un holograma. Por estas latitudes las autoridades competentes son prácticas y han colocado una lona que, de noche, y después de dos o tres Leffes, una Chimay y un traguito de Jupiler pasaría por la mismita fachada. Pero si esto no es suficientes restaurantes (como Chez Lyon, a pocos pasos) y bares (como el Dada, a la vuelta de las esquina), hacen más llevaderas las vistas a los andamios de la plaza mayor belga.
Las zonas menos turísticas no se salvan de esta enfermedad de la obra pública que carcome la ciudad. En la Place Flagey no queda más remedio que saltar zanjas y sortear vallas si uno quiere disfrutar de un cucurucho de patatas con salsa en la mejor freiduría belga antes de que la cierren para siempre.
El panorama no deja otra opción que mirar hacia otro lado. Siempre nos quedarán la cerveza, el chocolate, los gofres y, ¿por qué no?, los mejillones con patatas. Con obras o sin obras, merece la pena visitar la pintoresca capital del Viejo Continente, que parece que te susurra 'Ne me quitte pas'.
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