Tradición, mal gusto y modernidad en OŽConnell Street

DUBLÍN (IRLANDA).-  La principal avenida de Dublín cuenta desde hace unas semanas con dos nuevos inquilinos. La tradición, el pasado y el mal gusto tienen su representante en una figura de Jesucristo encerrado en una vitrina instalada al norte de la calle. La modernidad y un cierto espíritu transgresor han desembarcado de la mano de 4 grandes paneles visuales representando otras tantas figuras en movimiento del artista británico Julian Opie.

Irina Raffo

El Spire es el punto de encuentro de los dublineses.

Los paneles, sostenidos sobre bloques de hormigón y repartidos a lo largo del carril central de la avenida, están iluminados día y noche y su misión, según el artista, es dirigir al peatón hacia la Galería Hugh Lane, ubicada en una calle contigua a O'Connell, y que este año celebra su centenario.

Son los últimos invitados de honor de un bulevar histórico, donde cada edificio y cada esquina tienen algo que decir. La avenida, una de las más anchas de Europa gracias a los 50 metros de su extremo sur, fue diseñada, aunque no en sus dimensiones actuales, a principios del siglo XVII, como arteria principal de enlace entre las ribera sur y norte del río Liffey.

Salvando ambas orillas se erigió el conocido como Carlisle Bridge, actual OŽConnell Bridge, el único puente de Europa igual de ancho que largo. Los 500 m. de longitud de OŽConnell, recorridos a diario por miles de trabajadores y turistas, han sido testigo de algunos de los acontecimientos decisivos en la historia del país. Hoy son un escaparate comercial, un lugar de encuentro, una zona de manifestaciones y el espacio expositivo de las esculturas que homenajean a los padres de la patria.

La avenida fue uno de los principales escenarios del levantamiento irlandés y la declaración de independencia de la primavera de 1916. Los líderes de la revuelta instalaron su cuartel general en la oficina central de Correos GPO, donde todavía hoy son visibles marcas de bala. El sofocamiento de la revuelta por parte de las tropas británicas fue implacable, arrasando con todo a su paso, incluidos la mayoría de edificios del área.

Otro acontecimiento turbulento que tuvo lugar en la avenida fue el atentado contra el Pilar de Nelson, una columna de 40 metros coronada con una escultura en honor al almirante británico. El monumento había generado polémica desde su instalación en 1808 y con el paso de los años no hacía más que recordar a los dublineses parte de su humillante pasado bajo dominio británico. En la madrugada del 8 de marzo de1966, coincidiendo con el 50 aniversario del alzamiento del 16, un grupo de antiguos militantes del IRA vinculados al Sinn Féin dinamitaron la columna destruyendo por completo el monumento.

No sería hasta 37 años más tarde, en 2003, cuando el Ayuntamiento se decidiera por ocupar el espacio central de OŽConnell con lo que se ha convertido en una de las principales postales de Dublín: 'el Spire'. El punto de reunión más famoso de la ciudad es una torre de acero inoxidable de 120 m. de altura que se va estilizando desde sus 3 m. de anchura en la base hasta los 15 cm. de su punto más elevado.

Irina Raffo

El Jesucristo, el Spire y las obras de Julian Opie son los grandes símbolos de la calle.

La obra suscitó gran polémica al principio aunque ha acabado por agradar a casi todos. La única queja es la aparatosidad y el elevado coste de la operación del cambio de bombillas. Visible desde casi cualquier punto de la ciudad, 'el Spire' devolvió a OŽConnell y a la zona norte de la ciudad algo de su glorioso pasado, además de convertirse en foco de atracción para miles de turistas.

Hay algo de caótico y atractivo en una avenida en donde se mezclan varios estilos arquitectónicos como ejemplos canónicos del diseño georgiano, feísmo arquitectónico de los 60 y 70 o esculturas decimonónicas; todo tipo de comercios (se pueden comprar estampitas y figuras religiosas o visitar los almacenes PennyŽs, un paraíso de la compra barata) y algunos cafés históricos como el Kylemore o el Grand Central.

Tanto el Jesucristo, cuya instalación y mantenimiento sufraga un grupo de taxistas, como las pantallas animadas de Opie, no son más que metáforas de lo viejo y lo nuevo. Un país que sigue rindiendo culto a los viejos iconos pero que no está dispuesto a perder el tren de la modernidad.