NUEVA DELHI (INDIA).- La capital de la India está dividida en dos partes muy distintas. Por una parte, la propiamente llamada Nueva Delhi (que para los países occidentales ha quedado como el nombre genérico de esta ciudad), y Delhi, o el núcleo poblacional centenario que ha sido durante siglos objeto de disputas y batallas entre los diferentes invasores de la India.
Europeizada, elegante, y con aires coloniales, la primera, caótica, retorcida y ruidosa, la segunda, constituyen mundos absolutamente antagónicos sin apenas separación física entre ambas (apenas una avenida). En el futuro hablaré de la parte nueva y del origen de la separación entre ambas, y me centraré ahora en la parte antigua: Delhi.
Delhi es la parte más caótica y sucia de la ciudad.
Para entrar en esta zona el punto de referencia lo constituye el eje Fuerte Rojo (residencia de los antiguos emperadores mogoles), y la mezquita de Jama Masjid, edificios situados de modo opuesto. Este templo musulmán explica muy bien parte de la realidad de la India, y sobre todo de Delhi, donde viven una gran número de musulmanes (India es el segundo país del mundo en musulmanes tras Indonesia, y por delante de Pakistán), y tal como está conformada esta parte de la ciudad, pues podría perfectamente uno creer que está en El Cairo, en la parte vieja de Tánger o como uno se imagina Bagdad (bueno, antes de la guerra).
Cientos de callejuelas sin orden ni planificación, estrechas, oscuras y sucias constituyen un enjambre poblado por miles y miles de personas que están en las calles tratando de hacer sus negocios o ganarse unas rupias. Peluqueros callejeros, costureros con sus viejas máquinas 'Singer', vendedores de pollos, gente portando ovejas en brazos, carnicerías improvisadas, nubes de moscas, olores nauseabundos y aromas dulces en cuestión de metros. Vacas, perros, cerdos callejeros, charcos y desperdicios, mendigos, tullidos, comerciantes de las cosas más inverosímiles e inútiles, venta de telas, puestos de zumos callejeros, buscavidas profesionales y timadores ocasionales, ropas y relojes de toda marca y precio….Cualquier cosa es posible entre riadas humanas de gente, bicis, 'rickshaws', motocarros, motos e incluso algún coche que apenas puede circular en medio del jaleo y las estrechas callejuelas. Perderse en ellas es muy fácil, hay que ser precavido y tener puntos de referencia.
Jama Masjid es la mezquita más grande de India.
Una vez más la mezcla racial de India se hace evidente, si bien hay una cantidad muy llamativa de personas con barbas largas, mujeres de negro con el pelo cubierto, o incluso con velo, o niños con camisones blancos largos. La huella del Islam, se hace cada vez más patente según nos acercamos por la avenida Chandni Chowk a la Jama Masjid, la mezquita más grande de India.
Llegar hasta alguna de sus 4 puertas de acceso requiere ciertas dosis de paciencia, debido a las decenas de vehículos de todo tipo que agresivamente pelean por ser los primeros en llegar a su destino (y los atascos en este país no son únicamente físicos, sino, sobre todo, acústicos, el uso del claxon es la norma habitual) . Subidas las escaleras hacia el acceso, sorteando a varios presuntos guías de la mezquita, toca quitarse los zapatos para entrar, por lo que es muy recomendable llevar calcetines si eres mínimamente escrupuloso, y , por supuesto, no llevar visible la cámara de fotos si se quiere evitar pagar un extra por la entrada (y negar que se tiene una cuando te lo preguntan, que lo hacen).
Accedemos al gran patio central, con capacidad para más de veinte mil personas, y en cuyo centro hay una gran fuente estanque para las abluciones. Por toda la explanada se mezclan turistas con fieles, decenas de alfombras colocadas sobre el suelo, gente orando con el cuerpo apuntando a la Meca (digo yo, porque el sentido de la orientación lo tengo aún algo noqueado aquí en Delhi).
Vistas desde el minarete de Jama Masjid.
Hay algunos parroquianos barbudos que no miran con muy buena cara, pero en ningún momento se palpa hostilidad, y mucho menos cuando uno saca el boleto de 50 rupias (un euro) para subir a un minarete a ver el horizonte de la ciudad, o lo que la polución deja ver. Eso sí, la subida no se recomienda a claustrofóbicos, al tratarse de una angosta escalera de caracol de radio mínimo donde se cruzan quienes suben con los que bajan. Tampoco el espacio arriba excede los 6 ó 7 metros cuadrados.
El ruidoso laberinto de la vieja ciudad se extiende por tres de los cuatro lados, quedando libre el Fuerte Rojo y sus jardines. Tras bajar casi a tientas por la escalera, y salir de la mezquita, me planteo darme una vuelta por las callejuelas, pero como empieza a anochecer, me lo pienso mejor y decido salir hacia la zona de Nueva Delhi, de la que escribiré otro día...
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En ese país el caos debe ser la norma, pero de todas formas tengo muchas ganas de ir. +
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