SHANGAI.- Si alguien me preguntara qué es lo que más me gusta de Shangai, le respondería que sin duda, los espacios en blanco. No es ni una zona, ni una moda, ni un lugar, sino la sensación que tienes, al mirar Pudong desde el otro lado del río Huangpu, de que al perfil de la ciudad le caben muchos más rascacielos. O esa sensación que tienes al pasear entre grúas y zanjas abiertas, parecida a la que trasmitía Berlín en los 90 o quizás Nueva York en los 40. La sensación electrizante de que aquí van a pasar cosas.
Panorámica de Shangai.
Ciudades que cambian de paisaje a diario, llenas de cosas por hacer, de espacios por rellenar, de ideas por nacer o de gente interesante por llegar, atraídas por esa prosperidad económica que empiezan a disfrutar.
Luego quizás llegarán las Guggenheim, los Pollocks o los Warhols, o los cientos de artistas que hacen del Berlín de hoy un referente del arte internacional, para humanizar la ciudad y para completarlas en ese tándem de referentes artístico-económicos que rigen nuestro mundo.
Alguien que venga a ver la China tradicional de las calles de tierra, los festivales de dragones, los templos y pagodas en cada esquina y las abuelitas con trajes típicos que salen en los folletos de las agencias de viajes, posiblemente se sienta decepcionado al llegar aquí.
Ordenada, limpia y cómoda, oriental pero al mismo tiempo tan occidental, sorprende e intriga, o aburre y horroriza al visitante que aterriza con esas dos etiquetas que solemos tener asociadas a China.
Por un lado ese mercado emergente, fábrica del mundo y por otro, ese lado oscuro, la dictadura heredada de Mao y la falta de respeto por los derechos humanos, con ejemplos como la expropiación forzada de tierras para la Presa de las Tres Gargantas, los desahuciados del Beijing preolímpico, o la invasión de tierras a minorías étnicas como el Tíbet o los Uigurs musulmanes en Xianjiang.
Sin embargo, al aterrizar en una Shangai demasiado parecida a Nueva York, uno se da cuenta no sólo de lo limitadas y contradictorias que resultan tales etiquetas, sino de la de espacios en blanco que nos quedan por rellenar para empezar a entender la realidad de un país inmenso.
Un reto tremendo, sobretodo porque pasa necesariamente por aprender su idioma, embarcarse en una de las culturas más extensas y aceptar que su sentido común tiene poco que ver con el nuestro.
Ya decía Napoleón en el siglo XVIII "dejemos dormir al gigante de oriente, porque cuando despierte el mundo temblará". Quizás esa es la parte de la historia que nos ha tocado vivir. Y qué mejor lugar para sentirla que desde aquí.
Bienvenidos a Shangai.
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Creo que en ellos se nota, el entusiasmo con que estáis asimilando esas formas de entender la vida de las zonas por las que viajáis. +
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