Arte con mucha pluma en el Cervantes

Más de 300 gallinas deambulando, como buscando algo que ya hace tiempo que abandonó el lugar, entre las cajas de seguridad de un antiguo banco, frente al Banco de España, en lo que ahora es la sede del Instituto Cervantes de Madrid.

Carlos Rodríguez-Méndez -Pontevedra 1968- es un escultor que huye de la escultura, más que huir, la desborda y para ello realiza piezas de un tamaño mayor que el espacio que las acoge, no sólo físicamente, que también, sino involucrando al espectador en un juego más allá de las tridimensionalidad que la define.

En Madrid, en la sede del Instituto Cervantes, el artista creó una enorme estructura escultórica flexible invadiendo el área central del espacio expositivo. Esta pieza, mucho mayor que la superficie que ocupa, ha necesitado adaptarse y tomar la forma del lugar para tener cabida en su interior. De modo que ha sido el espacio el que ha decidido la forma que finalmente nos muestra, apropiándose violentamente del área mediante un gesto y renunciando definitivamente a la decisión sobre la forma final de la escultura.

Mientras, en la cámara acorazada, 100 metros de tejido cocido en aceite comestible dispuestos en 20 bolsas blancas de plástico como reservas emocionales en la inestabilidad de un espacio desbordado por más de 300 gallinas de la raza Leghorn que han invadido literalmente el lugar, paseando alocadas y desorientadas entre las cajas de seguridad que algún día guardaron ocultos tesoros o pasados escondidos.

En todas sus exposiciones plantea dos o más intervenciones paralelas en las que muestra una cierta inestabilidad semántica y formal del arte.

La obra de Carlos Rodriguez-Méndez, se puede disfrutar hasta el viernes 16 de febrero. Ese día se celebrará la clausura con el pase del video realizado durante la acción en la que las gallinas ocupan la cámara acorazada, a las 17:00 horas.

*Ramón Mateos es nuestro colaborador de arte.