A la crisis del gas, que tiene helada de frío a Bulgaria, se une ahora una serie de manifestaciones. Son el reflejo de un descontento y una pobreza que se arrastra ya en el tiempo. Para entender a qué se debe la carga contestataria de estos días en Sofía, hay que comprender lo ocurrido en los últimos 20 años, los del supuesto tránsito de una dictadura comunista a una democracia europea. Y entender es precisamente lo que no consiguen ni los ciudadanos búlgaros: ¿a quién exactamente considerar responsable del hecho de que en dos décadas Bulgaria se transformara de un satélite soviético en el país más pobre y corrupto de la Unión Europea? ¿A una grave herencia económica y moral, a una clase política sin escrúpulos, a su propia apatía?